LA IMAGEN DE ÁRABES Y MUSULMANES EN ESTADOS UNIDOS (1ª parte)[1]
Moustafa Bayoumi[2]
El cómico estadounidense de origen árabe Dean Obeidallah dice en uno de sus espectáculos: “Hoy por hoy, estamos tan encasillados como grupo racial que no hace mucho tiempo oí decir a un corresponsal de la CNN que ‘los árabes son los nuevos negros’”. Obeidallah continúa:
“Cuando me enteré –debo ser honesto– me sentí emocionado. Me dije, ‘¡Dios mío, estamos de moda!’ Antes de que nos demos cuenta, las mujeres asiáticas marchosas dejarán de salir con tipos negros y empezarán a salir con árabes. Los chicos blancos de los suburbios, en lugar de actuar y vestir como los negros para ser enrollados, ahora se harán pasar por árabes... tunearán su coche para que parezca un taxi,[3] se vestirán como árabes y algunos cubrirán su cabeza al estilo árabe tradicional... inclinados un poco hacia un lado, se acercarán unos a otros diciendo ‘¿qué pasa, Mustafa? ¿Qué es lo que mola? ¡Lo árabe, claro!’”[4]
Resulta bastante gracioso, pero es algo más que una simple broma. Se trata de algo relacionado con la caprichosa influencia –tanto positiva como negativa– de la raza y de la imagen asociada a ésta en la cultura estadounidense actual. Tomando un comentario –la analogía entre la arabidad y la negritud– y llevándolo al límite, Obeidallah juega todo el tiempo con la imagen que se tiene de los negros y de los blancos. Y convirtiendo un prejuicio en una ventaja, transforma la exclusión social en integración. Después de todo, hoy en día no hay nada más estadounidense que lo afroamericano.
Pero la mayoría de la gente se refiere a otra cosa cuando dice que los árabes o los musulmanes se han convertido en “los nuevos negros”. Se trata más bien de un sentimiento expresado de manera sistemática desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. El sentido más inmediato de esta afirmación tal vez sea el de evocar la discriminación racial. “Los negros de Nueva York bromean entre ellos sobre el hecho de que su propia discriminación racial se haya visto aliviada temporalmente. Incluso el lenguaje empleado en los insultos raciales ha cambiado”, explica un artículo del New York Times de octubre de 2001. El artículo continúa: “Los ataques contra las Torres Gemelas han trastocado las divisiones raciales tradicionales en la ciudad.”[5]
Las razones son fáciles de entender. Casi todo el mundo parecía aborrecer la discriminación racial antes de 2001, hasta el punto de que el propio candidato George W. Bush llegó a pronunciarse de manera explícita contra ella. Sin embargo, esta práctica recobró su vigor en 2003, cuando el Departamento de Justicia del presidente Bush prohibió en teoría la discriminación pero estableció excepciones que permitían ejercer una estrecha vigilancia sobre ciertos grupos raciales y étnicos cuando los funcionarios tuvieran información “fiable” de que miembros de dichos grupos estuvieran planeando un ataque terrorista o un crimen.[6] Si bien podría decirse que la discriminación en sí misma era contraria a los principios estadounidenses, la letra pequeña dejaba claro que había buenas razones para discriminar a árabes y musulmanes en nombre de la seguridad nacional. El programa de Registro Especial, según el cual los varones adultos procedentes de veinticuatro países de mayoría musulmana debían dar cuenta de su paradero en el país, es solo un ejemplo de la discriminación racial auspiciada por el Estado. Dicho programa generó cerca de catorce mil expedientes de deportación.[7] Esto provocó que el Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial haya exigido reiteradamente a Washington que ponga fin a “la discriminación racial contra árabes, musulmanes y sudasiáticos.”[8] Tras los atentados de Londres en 2005, críticos conservadores como Paul Sperry, del Hoover Institute, el diputado republicano por Nueva York, Peter King, y Charles Krauthammer, del Washington Post, defendieron un mayor control sobre musulmanes y árabes, lo que provocó que otro columnista del Washington Post, Colbert King, respondiera con un artículo titulado “You Can’t Fight Terrorism with Racism” (“No puedes combatir el terrorismo con racismo”). En él escribió: “A Sperry no parece importarle que su descripción también incluya a un gran número de hombres de color, entre ellos a mi hijo menor [...]”[9]
Antes del 11 de septiembre, la palabra que mejor definía la percepción popular acerca de los árabes y musulmanes en Estados Unidos era “invisibilidad”. En Food for our Grandmothers (Comida para nuestras abuelas), una antología publicada en 1994 y escrita por feministas estadounidenses y canadienses de origen árabe, la editora Joanna Kadi calificaba a los árabes estadounidenses como “los más invisibles de los invisibles”.[10] En “Resisting Invisibility” (“Resistir contra la invisibilidad”), un ensayo publicado en 1999, Therese Saliba señalaba: “Cuando se menciona a los árabes en el debate multicultural, a menudo es solo como un elemento de tensión entre negros y judíos [...]”[11] A lo largo de la década de 1980, tal y como señala Edward Said en Covering Islam (Cubriendo el Islam), la imagen “omnipresente” de árabes y musulmanes fuera de Estados Unidos era la de “frecuentes caricaturas de musulmanes como proveedores de petróleo, terroristas y [...] muchedumbres sedientas de sangre.”[12] La dependencia con respecto a los estereotipos orientalistas se basaba en la idea de que existe una distancia insalvable entre dos partes del mundo esencialmente distintas: el Occidente progresista y el Oriente reaccionario.[13]
Sin embargo, en las presentes circunstancias de inmigración creciente y terrorismo internacional, las cosas han cambiado, aunque resulta deprimente observar que, desde otro ángulo, también sigan siendo las mismas. Árabes y musulmanes en Estados Unidos han pasado a ser el centro de atención y se los suele asociar con ciertas diferencias raciales que pueden conducir a la discriminación. Todo ello sale a la luz de manera sutil y curiosa. Por ejemplo, en la reseña de un libro en el New York Times en 2008, hablando sobre discriminación racial, el sociólogo de Harvard Orlando Patterson no recurrió al ejemplo afroamericano, sino que escribió lo siguiente: “casi todos nosotros tenemos un límite en lo que respecta a las libertades civiles: imaginen a un grupo de graduados de una madrasa pakistaní haciendo cola en el control de seguridad de un aeropuerto; en estos casos la raza sí que importa [...]”[14]
La película de Spike Lee titulada The Inside Man [El Plan Perfecto o Plan Oculto en español] solo contiene una escena significativa relacionada con los conflictos raciales: durante el atraco a un banco, un rehén de religión sij sale encapuchado del edificio, al igual que los ladrones, quienes hábilmente se han vestido con el mismo disfraz, obligando a hacer lo propio a empleados y clientes del banco. Pensando que se trata de un atracador, uno de los policías arranca de un tirón la capucha del sij, observa su turbante y pierde los nervios. “¡Joder, es un puto árabe!”, grita otro de los policías, mientras retrocede empuñando el arma. A continuación, arrancan el turbante de la cabeza del sij y lo golpean. En la siguiente escena, el sij protesta ante el detective, interpretado por Denzel Washington. “No diré nada hasta que no me devuelvan mi turbante. ¡Estoy harto de esto, tío! Vaya dónde vaya, violan mis derechos civiles. Voy al aeropuerto y no puedo pasar el control sin la típica ‘selección al azar’… ¿selección al azar? ¡y una mierda!” Washington responde: “pero siempre puedes tomar un taxi ¿verdad?” “Es una ventaja”, admite del sij.
En Terrorist (Terrorista), la simplona y poco convincente novela de John Updike, hay una profunda y permanente devoción hacia las jerarquías raciales que todavía perduran en Estados Unidos, mezclada con una manida nostalgia por esa simplicidad WASP[15] que mucho tiempo atrás dejó ya de protagonizar las páginas de la historia. El relato de Updike gira en torno al confundido Ahmad Malloy, de 18 años, mitad irlandés y mitad egipcio. Ahmad, a quien Updike describe en repetidas ocasiones como de tez “parda”, busca sin mucho éxito dar sentido a su vida en el maltrecho suburbio de New Prospect, Nueva Jersey, y encuentra consuelo a los pies de Sheij Rashid, un amargado imam yemení que exhorta a los neófitos a la violencia. Entretanto, Jack Levy, el tutor de Ahmad en el instituto, tiene una aventura con la madre de éste. Finalmente, Levy hace recapacitar al muchacho y salva a la nación de un absurdo ataque terrorista. Mientras tanto, le dice a Ahmad que se acostó con su madre, dando lugar a esta conversación un tanto ridícula en las páginas finales de la novela:
- “No se ofenda, señor [...] pero no me seduce
demasiado pensar en mi madre fornicando con un judío.
Levy ríe con un tosco gruñido.
- ¡Eh, vamos!, aquí todos somos estadounidenses. Ésa
es la idea; ¿no te lo enseñaron en Central High? Los irlandeses, los
afroamericanos, los judíos...incluso hay árabes estadounidenses.
- Nómbreme uno.
Levy se muestra sorprendido.
- Omar Sharif –responde. Sabe que podría acordarse de
otros en una situación menos tensa.
- No es estadounidense. Inténtelo de nuevo.
- Eh... ¿cuál es su nombre? ¿Lew Alcindor?
- Kareem Abdul-Jabbar –lo corrige Ahmad.”[16]
Confundir a Abdul-Jabbar, el famoso jugador afroamericano de baloncesto, con un árabe estadounidense es muy poco sutil, y parece indicar la propia ignorancia de Levy, haciendo al personaje aún más estadounidense en su desconocimiento. Pero Levy representa algo más que eso. Frente a la extrañeza de ser árabe estadounidense, Updike usa la judeidad de Levy como medida del éxito de la asimilación étnica estadounidense, a diferencia de quienes ahora “ocupan los barrios pobres del centro de la ciudad”, es decir, “los morenos en general, en sus múltiples matices.”[17] (“Judíos e irlandeses”, escribe Updike, “han estado conviviendo en las ciudades estadounidenses durante generaciones.”)[18] Beth, la obesa esposa de Levy, cree que este “nunca la abandonará: será por su sentido judío de la responsabilidad y una lealtad sentimental que también debe de ser judía. Si te han perseguido y vilipendiado durante dos mil años, ser fiel a tus seres queridos es simplemente una buena táctica de supervivencia.”[19]
Si a los árabes estadounidenses se los suele asociar hoy en día con una especie de negritud, ser judío en la actualidad es haberse ganado el estatus de blanquitud, lo cual queda demostrado en la lealtad de Levy a su esposa, su ciudad y su país. “El honor de ser blanco” no se limita a los personajes judíos. También los hindúes a menudo son objeto de semejante privilegio. Recordemos los incesantes elogios de Thomas Friedman[20] a los capitalistas hindúes, pioneros en Silicon Valley. O consideremos el siguiente párrafo del artículo de 2008 escrito por Steven Pinker para el New York Times, titulado “The Moral Instinct” (“El instinto moral”). Pinker escribe sobre los fundamentos éticos y morales compartidos por distintas sociedades en el mundo moderno. El suyo es un esfuerzo para promover una visión del mundo basada en la hermandad del género humano. Sin embargo, al hacer esto, divide el mundo de una forma interesante. “Muchas prácticas asombrosas en lugares lejanos se comprenden mejor cuando nos damos cuenta de que los mismos principios moralizadores que las élites occidentales emplearon para superar los prejuicios y para impartir justicia (nuestras obsesiones morales) se han canalizado en otros lugares hacia otros ámbitos”, escribe Pinker. “Piensen en [...] las abluciones rituales y las restricciones en la dieta de hindúes y judíos ortodoxos (pureza), [y] la indignación entre los musulmanes por los insultos al Profeta (autoridad).”[21] Por supuesto, “las abluciones rituales y las restricciones en la dieta” también podrían atribuirse fácilmente a los musulmanes (y no solo a los ortodoxos), pero, en vez de eso, son los judíos y los hindúes quienes quedan englobados dentro de ese benigno modo de conducta. A los musulmanes, por su parte, se les atribuye la ira, aunque sea disfrazada de “autoridad”.[22]
¿Qué está ocurriendo aquí? En resumen, lo que sucede es que árabes y musulmanes (que en el mundo real son dos categorías superpuestas, pero que en el mundo de las percepciones estadounidenses son esencialmente la misma cosa) han entrado en la imaginación de los estadounidenses con toda su fuerza, pero su entrada ha sido tamizada por el filtro de la raza. En el contexto particular de Estados Unidos, esto supone una asociación con la negritud, pues los árabes y los musulmanes no forman parte del tejido inmigrante de la nación, sino que son un problema social a resolver. Lo que James Baldwin escribió sobre el hombre negro en 1955 es casi igual de aplicable a los árabes y musulmanes estadounidenses de hoy en día: “El negro de América”, escribe Baldwin, “es un problema social y no personal o humano. Tratar dicho problema supone hacer referencia a estadísticas, crisis económica, destrucción, injusticia y violencia remota.”[23]
Y las tendencias políticas importan poco en este asunto. Los progresistas ven la situación de musulmanes y árabes en Estados Unidos como un ejemplo de las limitaciones de la nación y de los excesos de esta en el maltrato a quienes son irremediablemente considerados como los “otros”. Los conservadores definen a musulmanes y árabes como una minoría que amenaza a quienes se consideran a sí mismos como la mayoría. En cualquiera de los dos casos, la raza sí que importa.
Musulmán bueno, musulmán malo
La ironía es que mientras árabes y musulmanes son cada vez más “los nuevos negros” (de un modo que recuerda a las imágenes de los afroamericanos durante la Guerra Fría), los propios afroamericanos están surgiendo en la cultura popular como los líderes de la nación y el imperio estadounidenses. Además, esta forma de ver a dichos colectivos gira en torno a la idea fundamental de la amistad de los negros con árabes y musulmanes, una amistad que no es entre iguales sino que modifica la concepción tradicional del poder estadounidense. Esta nueva concepción parece buscar transformar la imagen del propio Estados Unidos.
Consideremos a este respecto dos películas diferentes: The Siege [Estado de sitio en español] (1998), protagonizada de nuevo por Denzel Washington, y The Kingdom [La sombra del reino en español] (2007), protagonizada por Jamie Foxx. The Siege se rodó, desde luego, antes de 2001, y desde entonces ha adquirido fama por su intuición a la hora de describir un ataque terrorista árabe a gran escala en suelo estadounidense, aunque trata básicamente sobre la manera en que los fracasos en política exterior de la era Clinton pusieron en peligro las instituciones de la nación. La historia se centra en el agente especial Anthony Hubbard, educado en una escuela católica del Bronx. En un momento dado, Hubbard, no sin cierto sarcasmo, se hace llamar “Colin Powell”, lo cual es muy significativo. Hub, como lo conocen, es la encarnación de los éxitos afroamericanos, como los del futuro secretario de Estado, del que por entonces casi todo el mundo pensaba que sería probablemente el próximo presidente, a pesar de ser negro. Honrado, trabajador, serio pero no huraño, Hub es la referencia moral de la película. Su compañero es Frank Haddad (interpretado por Tony Shalhoud), un agente del FBI de origen libanés shi‘i (por cierto, el único estadounidense de la película que habla con acento extranjero) que trabaja como chófer y traductor.
Después de que un comando estadounidense capture a un imam radical inspirado en la figura del Sheij Omar Abdul Rahman,[24] una serie de atentados terroristas asolan la ciudad de Nueva York. Elise Kraft, una agente de la CIA de moral relajada interpretada por Annette Bening, participa junto a Hub en la investigación de los atentados. Su espía infiltrado es Samir Nazhde, un profesor de estudios árabes en el Brooklyn College que parece (y luego se confirma) tener relación con los terroristas. Cuando Hub y el FBI son incapaces de detener la ola de atentados, el gobierno impone la ley marcial en Brooklyn, y el personaje interpretado por Bruce Willis, el rudo general William Devereaux, responsable de la detención alegal del imam, encarcela a los varones estadounidenses de origen árabe de un modo que recuerda al internamiento de ciudadanos estadounidenses de origen japonés en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. El hijo de Haddad, de trece años, es encarcelado, lo que lleva al agente del FBI a dudar de la justicia estadounidense. Este entrega precipitadamente su placa a Hub, diciendo que no seguirá siendo por más tiempo el “negrito del desierto” del gobierno. Pero Hub finalmente libera al hijo de Haddad. Entretanto, Hub y Haddad descubren que Nazhde es el principal terrorista del país. Nazhde es asesinado, Kraft se sacrifica y Hub denuncia la tortura y el asesinato de un hombre árabe estadounidense ordenados por el general Devereaux. Al final, la ley marcial es derogada y los derechos constitucionales quedan a salvo.
Con sus dos personajes árabe-musulmanes –uno, un agente del FBI, y el otro, un terrorista–, The Siege opera dentro de la lógica del “musulmán bueno, musulmán malo” que Mahmood Mamdani ha identificado como una cuestión fundamental en la lógica de la “guerra contra el terror”. “El mensaje central de este discurso”, explica Mamdani, “[es que] a menos que se demuestre que son ‘buenos’, todos los musulmanes son sospechosos de ser ‘malos’. Todos los musulmanes tienen ahora la obligación de demostrar su buena voluntad uniéndose a la guerra contra los ‘malos musulmanes.’”[25] Melani McAlister afirma con elocuencia que The Siege es una película “que incorpora el reto del multiculturalismo a la lógica del Nuevo Orden Mundial.”[26] Pero también hay algo más. The Siege profundiza en la paranoia que rodea a la inmigración, la cual, junto a la geopolítica, convierte las calles de Brooklyn en las típicas “calles árabes”, impregnadas de extraños olores y al borde de la Apocalipsis. (El guión describe la Atlantic Avenue de Brooklyn como “el Tercer Mundo, repleto y agitado”, y Hub dice que “Estados Unidos es el lugar ideal para ser un terrorista.”) Por otra parte, este aterrador mundo exterior que está invadiendo Estados Unidos está impregnado de una tendencia árabe y musulmana hacia una enemistad heredada y ancestral. Cuando Nazhde es capturado, Haddad lo golpea y luego se disculpa ante Hub diciendo, “lo siento, son asuntos de familia”. Más adelante, Hub reprende a Haddad diciéndole que solo recuperará su placa si no vuelve a golpear jamás a ningún detenido. “Alguna vez te contaré lo que esa gente hizo en mi pueblo en 1971”, responde Haddad.
Pero el mensaje principal de The Siege es que la implicación de Estados Unidos en estos odios ancestrales ha obligado al país a venderse en cuerpo (Elise Kraft, la agente de la CIA que mantiene relaciones con el terrorista Nazhde) y alma (el despiadado general Devereaux). Esta traición es la razón por la cual el personaje de Hub es tan necesario. En su compromiso permanente con los valores morales, Hub es el más estadounidense de todos los personajes. Se mantiene incorruptible frente a la política internacional (“necesito nombres”, dice a sus agentes, “no una lección de historia”) y está dispuesto a luchar por igual contra la política racista de los campos de internamiento y contra la violencia brutal de los árabes. Después de todo, ¿quién mejor que Hub para demostrar a su subordinado árabe que, en el fondo, Estados Unidos no es racista ni en su política exterior ni en la interior? Su propia historia ilustra todo lo que “América” puede ser. Hub es el más adecuado para proteger a los estadounidenses de origen árabe, no solo de los excesos del Estado sino también de sí mismos.
[1] Traducción, extracto y
adaptación del artículo publicado en Middle East Report, marzo de
2010. Versión en castellano elaborada por el equipo de traductores de Alif
Nûn. Publicado en castellano en la revista Alif Nûn nº 96, septiembre de 2011. (Nota de la Redacción).
[2] El autor nació en Zürich
(Suiza) y creció en Kingston (Canadá). Es profesor adjunto de inglés en el
Brooklyn College de Nueva York y estudió literatura comparada en la Universidad
de Columbia. Es editor de la revista Middle East Report y ha publicado
diversos libros y artículos sobre las minorías árabes en Occidente. (Nota de la
Redacción).
[3] En muchas grandes ciudades
de los Estados Unidos la comunidad árabe se dedica al negocio del taxi. (Nota
de la Redacción).
[5] New York Times, 10 de
octubre de 2001.
[6] CBS News/Associated Press,
18 de junio de 2003.
[7] Véase Moustafa Bayoumi,
“Racing Religion”, New Centennial Review 6/2, 2006.
[8] Véase UN Committee on the
Elimination of Racial Discrimination, “Consideration of Reports of Submitted by
States’ Parties Under Article 9 of the Convention: Conclusion Observations of
the Committee,” UN Doc. CERD/C/USA/CO/6, 8 de mayo de 2008. Véase también UN
High Commissioner for Human Rights to United States, 28 de septiembre de 2009.
[9] Colbert King, “You Can’t
Fight Terrorism with Racism,” Washington Post, 30 de julio de 2005.
[10] Joanna Kadi, Food for
Our Grandmothers: Writings by Arab-American and Arab-Canadian Feminists,
South End Press, Cambridge (MA), 1994, p. XIX.
[11]
Therese Saliba,
“Resisting Invisibility: Arab Americans in Academia and Activism”, en Michael
Suleiman (ed.), Arabs in America: Building a New Future, Temple University Press,
Filadelfia, 1999, p. 308.
[12] Edward W. Said, Covering
Islam, Vintage, Nueva York, 1997 [1981], p. 6.
[13] Para más información, véase
Abû Imân ‘Abd al-Rahmân Robert Squires, “Orientalismo, desinformación e Islam”, revista Alif Nûn nº 76, noviembre de 2009. (Nota de la
Redacción).
[14] Orlando Patterson, “The Big
Blind”, New York Times, 10 de febrero de 2008.
[15] La expresión WASP es un
acrónimo en inglés que significa “White Anglo-Saxon Protestant” (blanco,
anglosajón y protestante). Este término se usa para referirse a los
norteamericanos de religión protestante originarios de Gran Bretaña y del norte
y centro de Europa, quienes ostentan la mayor parte del poder social y
económico en Estados Unidos, y se asocia con los estadounidenses blancos que
defienden los valores tradicionales. La expresión fue acuñada en la década de
1960 por E. Digby Baltzell, un escritor de Filadelfia. (Nota de la Redacción).
[16] John Updike, Terrorist,
Knopf, Nueva York, 2006, pp. 302-303.
[17] Ibid., p. 12.
[18] Ibid., p. 112.
[19] Ibid., p. 122.
[20] Thomas Loren Friedman (20 de
julio de 1953) es un periodista y escritor estadounidense, tres veces ganador
del Premio Pulitzer. Partidario acérrimo de la globalización, defiende la
llamada “ley de los arcos dorados”, según la cual no hay dos países en los que
esté instalado McDonald's que se hayan declarado la guerra, lo cual, según él,
sería una prueba de las bondades de la globalización capitalista de corte
estadounidense. (Nota de la Redacción).
[21] Steven Pinker, “The Moral
Instinct”, New York Times Magazine, 13 de enero de 2008.
[22] Tampoco debe pasarse por
alto que el autor del artículo parece dar a entender que los occidentales
tienen una disposición para “superar los prejuicios y para impartir justicia”,
mientras que los musulmanes la tienen hacia lo que él llama “autoridad”,
estableciendo una separación un tanto artificial entre distintos colectivos
humanos. (Nota de la Redacción).
[23] James Baldwin, Notes
From a Native Son, Beacon, Boston, 1984 [1955], p. 25.
[24] El sheij Omar Abdul Rahman
es un líder egipcio acusado de organizar el primer atentado contra las Torres
Gemelas, cometido en 1993. (Nota de la Redacción).
[25] Mahmood Mamdani, Good
Muslim, Bad Muslim, Knopf, Nueva York, 2004, p. 15.
[26] Melani McAlister, Epic Encounters: Culture, Media and US Interests in the Middle East Since 1945, University of California Press, Berkeley, 2005, p. 265.