miércoles, 25 de junio de 2025

El artículo que hoy presentamos, escrito en 2007, argumenta que el conflicto entre Israel e Irán, aunque envuelto en retórica ideológica, responde principalmente a intereses estratégicos. Esta tesis cobra nueva relevancia en el conflicto de junio de 2025, cuando ambos países se enfrentaron directamente tras años de tensiones latentes. A pesar del discurso religioso y nacionalista, las acciones militares —como los ataques israelíes a instalaciones nucleares iraníes y la respuesta de Teherán— reflejan una lucha por la supremacía regional y la disuasión estratégica, tal como anticipó el autor hace casi dos décadas.

BAJO EL VELO DE LA IDEOLOGÍA: 
LA RIVALIDAD ESTRATÉGICA ENTRE ISRAEL E IRÁN[1] 

Trita Parsi[2]

Trita Parsi

Cuando el presidente de Irán, el radical Mahmud Ahmadineyad, dijo en octubre de 2005 que Israel debería ser “borrado del mapa”, el mundo parecía estar a años luz del final de la historia.[3] Parecía que los ideólogos habían tomado una vez más las riendas del poder, reiniciando una batalla en la cual no puede haber posibilidad de diálogo o de una tregua negociada, sino tan sólo la victoria de una idea sobre la otra.

Incluso antes de que Ahmadineyad recuperara del basurero de la historia el dañino discurso antiisraelí del ayatollah Ruhollah Jomeini, las tensas relaciones entre Irán e Israel a menudo eran consideradas como uno de los últimos enfrentamientos ideológicos de la historia. Por un lado estaba Israel, descrito como una democracia en una región acosada por el autoritarismo, y como un puesto avanzado del racionalismo ilustrado en Oriente. Por otro lado estaba la República Islámica de Irán, descrita como un régimen clerical retrógrado cuyo rechazo hacia Occidente y deseo de hablar en nombre de todos los musulmanes quedaba simbolizado por su negativa a reconocer el derecho de Israel a existir.

Sin embargo, el enfrentamiento entre Israel e Irán es mucho más complejo de lo que esta interpretación de carácter ideológico pudiera dar a entender. Centrarse en exclusiva en las acusaciones mutuas entre los dos países ha impedido una comprensión más profunda de la naturaleza estratégica de este conflicto. Que el conflicto es estratégico lo prueba el hecho de que en el pasado existiese una cooperación entre Israel e Irán. Antes de la caída del sha, el punto de vista habitual en ambos países era que Irán e Israel, dos naciones no árabes rodeadas por un mar de “árabes hostiles por naturaleza”, eran aliados naturales. De hecho, a la vez que Irán e Israel se enfrentaban en común a la “amenaza árabe”, forjaron estrechos lazos secretos en el ámbito de la seguridad que sobrevivieron tras la revolución islámica de 1979. No sólo el sha comerció y cooperó con los israelíes, sino que Jomeini también puso de su parte en las relaciones con Israel.

Pero desde la caída del sha, y especialmente a partir de los años noventa, el discurso de condena mutua entre Irán e Israel ha impedido ver a la mayoría de los observadores el interés compartido por estas dos potencias no árabes de Oriente Medio: la necesidad acuciante de presentar un conflicto fundamentalmente estratégico como si se tratase de un enfrentamiento ideológico.

“La muerte llama a nuestra puerta”

Desde finales de 1992, Israel ha seguido una política que persigue el aislamiento internacional de Irán. Según un antiguo embajador israelí en Washington, los responsables políticos en Tel Aviv consideraban como una amenaza el posible acercamiento entre los EE.UU. e Irán, pues la mejora de las relaciones entre Washington y Teherán podría ir en detrimento del peso estratégico de Israel en la región.[4] Resulta irónico que el cambio de rumbo con respecto a Irán tuviera lugar durante el gobierno laborista encabezado por Yitzhak Rabin y Shimon Peres, dos líderes que sólo unos pocos años antes habían iniciado los intentos para mejorar las relaciones entre los EE.UU. y el Irán de Jomeini, lo cual culminaría con el escándalo Irán-Contra.[5]

El discurso incendiario empleado por Rabin y Peres no tenía precedentes. Peres, por entonces ministro de asuntos exteriores de Israel, acusó a Irán de “avivar las llamas en todo Oriente Medio”, insinuando que el fracaso a la hora de solucionar el conflicto entre Israel y Palestina se debía a la intromisión de Irán, y no a los errores de israelíes y palestinos.[6] En enero de 1993, el primer ministro Rabin dijo en el Knesset [Parlamento] que “el combate de Israel contra el sanguinario terrorismo islámico… tiene la intención de despertar al mundo de su letargo” con respecto a los peligros del fundamentalismo shií. “La muerte llama a nuestra puerta”, dijo Rabin refiriéndose a la amenaza iraní, aunque sólo cinco años antes había afirmado que Irán era un aliado estratégico.[7]

Los políticos israelíes comenzaron a pintar al régimen de Teherán como fanático e irracional. Decían que era obvio que buscar un acuerdo con esos “mullahs [clérigos] locos” era una tarea imposible. En lugar de eso, pidieron a los EE.UU. que, junto al Irak de Saddam Hussein, clasificara a Irán como un Estado delincuente al cual era necesario “contener”.

Inmune a la disuasión

En un principio, los dirigentes estadounidenses se mostraron escépticos en relación al cambio de opinión de Israel con respecto a Irán, aunque los israelíes ya expresaban el mismo argumento que hoy en día, es decir, que el programa de investigación nuclear iraní pronto permitiría a los clérigos con turbante acceder a la bomba atómica. Clyde Haberman, del New York Times, escribió en noviembre de 1992: “resulta sorprendente que los israelíes hayan esperado tanto tiempo para hacer sonar la alarma con respecto a Irán, a menos que simplemente se deba a que el potencial nuclear iraní ha crecido hasta un punto preocupante.” Haberman añade: “Durante años, Israel estuvo dispuesto a hacer negocios con Irán, a pesar de que los mullahs en Teherán pedían a gritos el final de la ‘entidad sionista.’”[8] Sin embargo, con el tiempo, el argumento de los “mullahs locos” terminó calando. Después de todo, los propios iraníes fueron de gran ayuda a la hora de vender ese argumento a Washington.

Desde la perspectiva israelí, era más fácil recibir el apoyo de los estados occidentales subrayando las supuestas tendencias suicidas de los clérigos y la aparente insistencia de Irán en la idea de destruir Israel. Mientras que los líderes iraníes fueran considerados como irracionales, tácticas convencionales como la disuasión se volverían imposibles, dejando a la comunidad internacional sin ninguna opción, salvo la tolerancia cero hacia el potencial nuclear iraní. Según este argumento, ¿cómo podría ser de fiar un país como Irán, con tecnología nuclear, si sus líderes son inmunes a la disuasión que representan las cabezas nucleares de Occidente, más grandes y numerosas?

La estrategia israelí consistía en asegurarse de que el mundo –y en especial Washington– no viera el conflicto entre Israel e Irán como un enfrentamiento entre dos rivales que pugnan por la preeminencia militar en una región caracterizada por su estado de desorden y carente de una jerarquía clara. En su lugar, Israel describió el conflicto como una pugna entre la única democracia en Oriente Medio y una teocracia intolerante que odia todo lo que Occidente representa. Planteado en esos términos, la lealtad de los estados occidentales a Israel ya no era una cuestión de elección o de interés político real.

Defendiendo un ideal de boquilla

Resulta irónico que Irán también prefiriera situar el conflicto en un marco ideológico. Cuando la revolución barrió Irán en 1979, los nuevos líderes islámicos renunciaron a la identidad nacionalista persa del régimen Pahlavi, pero no a su anhelo de conseguir el estatus de gran potencia para Irán. Mientras que el sha ambicionaba la soberanía sobre el Golfo Pérsico y algunas partes del Océano Índico, a la vez que esperaba convertir a Irán en el Japón de Asia Occidental, el gobierno de Jomeini deseaba la hegemonía en todo el mundo islámico. Los medios del sha para alcanzar su objetivo fueron un poderoso ejército y unos vínculos estratégicos con los Estados Unidos. El ayatollah, por su parte, se basó en su concepción del Islam y su ardor ideológico para superar la división entre árabes y persas, y debilitar a los gobiernos árabes que se oponían a las ambiciones de Irán.

A lo largo de los años ochenta, cuando los intereses estratégicos de Irán lo obligaron a cooperar con Israel para repeler la invasión del ejército iraquí, el gobierno de Jomeini buscaba ocultar sus relaciones con Israel elevando aún más los excesos retóricos contra este país. En 1981, por ejemplo, el ayatollah Jomeini introdujo durante ramadán el llamado “Día de al-Qods” (“Día de Jerusalén”), precisamente para defender de boquilla la causa palestina, a la vez que su régimen planeaba comprar armas al Estado al que denunciaba como “ocupante de Jerusalén”.

Cuanto más presionaban Yasser Arafat y el resto de líderes de la OLP al régimen iraní para que cumpliera sus promesas a los palestinos, más empleaba Jomeini el arma del lenguaje para ocultar el hecho de que Irán rechazara adoptar ninguna medida concreta contra Israel.

La luna de miel entre Irán y la OLP se deterioró desde un principio. Arafat y su séquito de cincuenta y ocho representantes de la OLP se presentaron sin invitación en Teherán, el 18 de febrero de 1979, sólo unos días después de la victoria de la revolución.[9] Aunque los revolucionarios se vieron sorprendidos, varios funcionarios iraníes recibieron a Arafat en el aeropuerto y ofrecieron a los palestinos los mejores alojamientos del antiguo Club del Gobierno, en la calle Fereshteh, al norte de Teherán.[10] Horas después de llegar, Arafat celebró un encuentro de dos horas con el ayatollah Jomeini. Para sorpresa de Arafat, Jomeini fue muy crítico con la OLP y sermoneó al líder palestino sobre la necesidad de abandonar las tendencias izquierdistas y nacionalistas para así llegar a las raíces islámicas de la cuestión palestina.[11] Los dos revolucionarios no se volvieron a reunir nunca más.

Arafat comprendió rápidamente que el Irán islámico sólo prestaría a los palestinos su apoyo verbal. La importante ayuda palestina a la oposición iraní contra el sha –sobre todo a grupos de izquierda como los Moyahedin-e Jalq– sencillamente no produciría el rendimiento esperado.[12] A pesar de su retórica antiisraelí, Jomeini, por ejemplo, rechazó una petición de enviar cazas de combate iraníes F-14 al Líbano, donde la OLP estaba combatiendo contra el ejército israelí, junto a los aliados sirios y libaneses, lo que indica una vez más que Irán no tenía la intención de jugar un papel activo al lado de los árabes y en contra Israel, más allá de sus condenas verbales al Estado judío.[13] Así pues, los iraníes mostraron poco interés en prestar un apoyo práctico a los palestinos, incluso antes de que Arafat y los estados árabes (excepto Siria y Libia) apoyaran con todas sus fuerzas a Saddam Hussein durante la guerra entre Irán e Irak.

Los diplomáticos estadounidenses en Irán tomaron nota de las tensas relaciones de Jomeini con la OLP. Un informe confidencial enviado a Washington en septiembre de 1979 desde la embajada de los EE.UU. en Teherán señalaba que “Irán apoya con entusiasmo y sin reservas la causa palestina”, pero que “se habla relativamente poco sobre la OLP como tal.”[14]

Mahmud Vaezi, un antiguo representante del Ministerio de Exteriores iraní, explicó que la política de Irán “era evitar verse atrapados en el conflicto palestino.” Añadió que las “obligaciones morales” de Irán eclipsaron las consideraciones de carácter estratégico durante los primeros años después de la revolución, evitando que la hostilidad de Irán hacia los árabes se tradujera en una alianza a gran escala con Israel.[15] Sin embargo, la ideología revolucionaria del régimen y su retórica incendiaria ocultaron con éxito su búsqueda de la realpolitik.

“Insulto al Islam”

Tras el final de la Guerra Fría y la derrota de Irak en la guerra del Golfo de 1991, se evaporaron las consideraciones estratégicas que habían situado a Irán e Israel en el mismo bando geopolítico. Muy pronto, en ausencia de enemigos comunes, Israel e Irán se encontraron en una situación de rivalidad estratégica con respecto a su capacidad para redefinir el orden regional tras la aniquilación del poder militar de Irak. No obstante, estaba claro que Irán no podía reunir a las masas árabes musulmanas apelando a sus propias ambiciones de poder. Una vez más, Irán recurrió a la ideología para ocultar sus verdaderas intenciones, mientras usaba la difícil situación del pueblo palestino para debilitar a los gobiernos árabes que estaban dispuestos a participar en el proceso de Oslo de los años noventa.

Por eso, los creadores de opinión iraníes tomaron la iniciativa de arremeter contra “el apetito insaciable de Israel por los territorios árabes”, su opresión contra los palestinos, su desprecio hacia las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y el “insulto al Islam” que supone la ocupación permanente de Jerusalén. De hecho, hasta hoy en día, el mensaje que Teherán predica es que su lucha contra Israel no tiene nada que ver con obtener ventajas geopolíticas, ni siquiera con el propio Irán, sino con la justicia hacia los palestinos y el honor del Islam.

Con el conflicto entre israelíes y palestinos expresado en esos términos, y temiendo una reacción en contra de sus propios ciudadanos, los gobernantes árabes prooccidentales se han mostrado cautelosos a la hora de menospreciar los objetivos anunciados por Teherán. A los ojos de muchos estados árabes, la contundencia del discurso iraní ha hecho que oponerse públicamente a Irán equivalga a aprobar la postura de Israel y los EE.UU. con respecto a la cuestión palestina. De hecho, declaraciones contra Irán como las del rey Abdallah de Jordania, advirtiendo de una “media luna shií” extendiéndose desde Irán, a través del Irak post-Saddam, hasta el Líbano, o las del presidente egipcio Husni Mubarak, denunciando la lealtad a Irán de los shiíes iraquíes, han tenido una pobre acogida entre la opinión pública árabe. Una de las razones por las cuales sucede esto es la reputación favorable a los palestinos que tiene Teherán.

Dos bandos en Teherán

El nuevo impulso dado por Ahmadineyad al discurso antiisraelí desde el año 2005 también debe analizarse en el contexto de un conflicto más amplio contra los EE.UU. y, en particular, en el ámbito de la crisis nuclear que está empujando el conflicto a su punto culminante. En noviembre de 2005 tuvo lugar en Teherán un intenso debate cuando el nuevo presidente recordó el llamamiento de Jomeini para  borrar del mapa a Israel. La reacción internacional tomó a Irán por sorpresa y enfureció a los negociadores nucleares, quienes argumentaron que un lenguaje semejante suponía socavar el delicado equilibrio con el cual buscaban evitar que el caso fuera puesto en manos del Consejo de Seguridad, a la vez que defendían el derecho de Irán a enriquecer uranio.

En realidad... es para uso doméstico y pacífico

El bando de Ahmadineyad afirmó con vehemencia que Irán debía extender el conflicto y convertir a Israel en una parte decisiva y visible del debate internacional.[16] Analizar el programa nuclear de Irán de manera aislada sólo beneficiaba a Occidente. Únicamente ampliando el alcance del debate, Irán podría encontrar las herramientas necesarias para defender su posición. El bando de Ahmadineyad afirmó que, como mínimo, se debería obligar a Israel a que pagara el coste por haber convertido el programa nuclear iraní en una cuestión tan preocupante a nivel internacional y por haber convencido a Washington para que adoptara una política en contra del enriquecimiento de uranio.

Mientras que los elementos menos radicales del gobierno iraní estaban de acuerdo en la necesidad de poner a Israel a la defensiva y extender el conflicto, diferían en gran medida con respecto a la mejor manera de alcanzar esos objetivos.

Según un alto funcionario iraní, el entorno de Ahmadineyad era partidario de cuestionar algunos asuntos que Israel parecía haber resuelto en las últimas dos décadas: la legitimidad de Israel y su derecho a existir, la realidad del Holocausto y el derecho de los judíos europeos a permanecer en el corazón de Oriente Medio. Este enfoque, argumentaban, sintonizaría con las masas de árabes descontentos y revelaría la impotencia de los regímenes árabes proamericanos, quienes se sentirían presionados y avergonzados a partes iguales.

Muchas voces moderadas en Teherán se opusieron con firmeza a este enfoque, debido a las probables dificultades que causaría a la diplomacia nuclear iraní. Preferían la táctica del antiguo presidente Mohammad Jatami de invocar el sufrimiento del pueblo palestino y la negativa de Israel a hacer concesiones territoriales, pero evitando asuntos candentes como el derecho de Israel a existir o el Holocausto. Ellos argumentaban que llevar el discurso a ese terreno podría ser contraproducente, poniendo en contra de Irán a países clave como Rusia y China. Aunque, para mayor frustración de Ahmadineyad, el régimen no alcanzara un consenso total, se tomó la decisión de no permitir que ningún funcionario iraní repitiera los insidiosos comentarios sobre el Holocausto. Esa decisión se mantuvo durante un par de meses, hasta que se hizo evidente que Occidente se olvidaba del asunto.

¡Basta ya, Vanunu! ¿No ves que estamos ocupados?

Buscando obtener ventaja 

Sin embargo, lo que brillaba por su ausencia en el debate interno en Teherán era el análisis de las motivaciones y los factores ideológicos que emplea Irán para justificar su actitud hacia Israel. Ni el honor del Islam ni el sufrimiento del pueblo palestino figuraban entre sus reflexiones.

Por el contrario, tanto los términos del debate como los resultados del mismo eran de naturaleza puramente estratégica. Ambos bandos pretendían dar a Irán la iniciativa en la confrontación contra los EE.UU. e Israel, para así evitar sufrir el destino de Irak, donde, desde 1991 hasta la invasión, Washington mantuvo en gran medida el firme control de los acontecimientos. Tanto Ahmadineyad como su principal rival, Ali Lariyani, asesor en el Consejo de Seguridad Nacional,[17] opinan que Irán no puede hacer progresos mostrándose condescendiente con el gobierno estadounidense. En su opinión, Irán cometió un error cuando aceptó detener el enriquecimiento de uranio durante dos años y medio, tras las negociaciones con los europeos. 

Tanto el bando de Ahmadineyad como el de Lariyani también están de acuerdo en que es mejor que Irán tome la iniciativa para mantener a sus adversarios a la defensiva. Irán debería obligar a Occidente a adoptar una posición defensiva en lugar de defenderse él mismo contra la interminable serie de iniciativas occidentales.

Ya resulten agradables o desagradables, eficaces o ineficaces, los pronunciamientos ideológicos de Ahmadineyad y de otras figuras del régimen iraní son un efecto, y no una causa, de la orientación estratégica de Irán. Asimismo, tampoco debe tomarse demasiado en serio al primer ministro Ehud Olmert cuando, durante su discurso del 24 de mayo de 2006 en el Congreso, describió a Irán como una “oscura tormenta que se aproxima y proyecta su sombra sobre el mundo”. Estas declaraciones tienen un parecido evidente con el planteamiento de Rabin y Peres en su última advertencia: “un Irán nuclear significa que un Estado terrorista podría llevar a cabo la misión para la cual los terroristas viven y mueren: la destrucción masiva de vidas humanas inocentes.” Sin embargo, por ahora, tanto Irán como Israel parecen haber estimado (no sabemos si acertada o erróneamente) que definir su enfrentamiento en términos ideológicos y apocalípticos les proporcionará una ventaja decisiva respecto a su contrincante en sus esfuerzos a la hora de definir en su propio beneficio el orden en Oriente Medio. Algo que, por otra parte, siempre hacen todos los que se enredan en luchas por la hegemonía. 

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Farhad Khosrokhavar / Oliver Roy, Irán. De la revolución a la reforma, Bellaterra, Barcelona, 2000.

Nur Masalha, Israel: teorías de la expansión territorial, Bellaterra, Barcelona, 2002.

Joss Dray / Denis Sieffert, La guerra israelí de la información, Oriente y Mediterráneo, Madrid, 2004.

Claire Tréan, Irán. Entre la amenaza nuclear y el sueño occidental, Península, Barcelona, 2006.

David Garrido, Irán. La amenaza nuclear, Arco Press, Barcelona, 2006.



[1] Traducción, extracto y adaptación del artículo “Under the Veil of Ideology: The Israeli-Iranian Strategic Rivalry”, publicado en MERIB (Middle East Research and Information Project) el 6 de octubre de 2007. Primera publicación en castellano en la revista Alif-Nûn nº 79, febrero de 2010. (Nota de la Redacción).

[2] Fundador y presidente del National Iranian American Council y experto en las relaciones entre los EE.UU e Irán, la política iraní y el equilibrio de poder en Oriente Medio. Es autor de los libros Treacherous Alliance: The Secret Dealings of Iran, Israel and the United States (2007) y A Single Roll of the Dice: Obama's Diplomacy with Iran (2012), ambos publicados por la Universidad de Yale. Nacido en Irán, es hijo de un activista encarcelado tanto por el régimen del sha como por la República Islámica. Ha residido en Suecia y en los EE.UU, estudiando Relaciones Internacionales en la Universidad John Hopkins y en la Universidad de Uppsala, y economía en la Universidad de Estocolmo. (Nota de la Redacción). 

[3] Referencia a la tesis de Francis Fukuyama conocida como el “final de la Historia”, según la cual la historia humana como lucha entre ideologías habría concluido, iniciándose un mundo basado en la política y la economía neoliberales, las cuales se habrían impuesto tras el fin de la Guerra Fría. (Nota de la Redacción).

[4] Entrevista con Itamar Rabinovich, Tel Aviv, 17 de octubre de 2004.

[5] El escándalo Irán-Contra, también conocido como Irangate, es un acontecimiento político ocurrido entre 1985 y 1986, cuando el gobierno de los EE.UU, bajo la administración del presidente Ronald Reagan, vendió armas al gobierno iraní, el cual se encontraba inmerso en la guerra contra Irak, y empleó el dinero de esta venta para financiar a la llamada “Contra” nicaragüense, creada y apoyada por los EE.UU para combatir mediante la lucha armada al gobierno sandinista de Nicaragua, durante el periodo conocido como “Revolución Sandinista”. Ambas operaciones, la venta de armas a Irán y la financiación de la Contra, estaban prohibidas por el Senado norteamericano. (Nota de la Redacción).

[6] Shimon Peres, The New Middle East, Henry Holt, Nueva York, 1993, p. 43.

[7] Washington Post, 13 de marzo de 1993.

[8] New York Times, 8 de noviembre de 1992.

[9] Nader Entessar, “Israel and Iran’s National Security”, Journal of South Asian and Middle Eastern Studies 27/4, verano de 2004, p. 5.

[10] Entrevista con Abbas Maleki, antiguo representante del ministro de exteriores iraní, Teherán, 1 de agosto de 2004.

[11] Entrevista telefónica con Nader Entessar, 25 de enero de 2005. Ibrahim Yazdi, ministro de exteriores en Irán durante el primer gobierno revolucionario, informó al personal de la embajada estadounidense de que Jomeini había hecho un llamamiento a la OLP para que ésta adoptara una orientación islámica y copiara el método de la revolución no violenta empleado en Irán. Los iraníes argumentaron que una orientación islámica aumentaría las posibilidades de una victoria palestina e incapacitaría a los elementos marxistas y radicales de entre los palestinos. Información de Bruce Laingen al Departamento de Estado, octubre de 1979. Disponible a través del Archivo de Seguridad Nacional (National Security Archive).

[12] Behrouz Souresrafil, Khomeini and Israel, Researchers, Inc., Londres, 1988, p. 46.

[13] Información de la embajada estadounidense en Teherán al Departamento de Estado, a finales de septiembre de 1979. Disponible a través del Archivo de Seguridad Nacional (National Security Archive).

[14] Información de la embajada estadounidense en Teherán al Departamento de Estado, 30 de septiembre de 1979. Disponible a través del Archivo de Seguridad Nacional (National Security Archive).

[15] Entrevista con Mahmud Vaezi, Teherán, 16 de agosto de 2004.

[16] Israel es el único país poseedor de armas nucleares que no lo ha reconocido públicamente. No obstante, a finales de los años noventa, los servicios de inteligencia estadounidenses calculaban que Israel disponía de entre 75 y 130 armas nucleares para su aviación y sus misiles Jericó-1 y Jericó-2, instalados en tierra. Actualmente se cree que tiene entre 100 y 200 cabezas nucleares desplegadas y operativas, aunque algunas fuentes elevan la cifra a 400. Israel podría disponer de al menos 12 misiles de crucero de alcance intermedio con cabeza nuclear, instalados en uno de sus submarinos Dolphin, de fabricación alemana. Para más información, véase el artículo de wikipedia “Programa nuclear de Israel”. Hasta tal punto el Estado de Israel considera la posesión de armas nucleares como un asunto de seguridad nacional, que el Dr. Mordejái Vanunu, antiguo técnico nuclear israelí que divulgó esta información, fue secuestrado por el servicio de inteligencia israelí cuando se encontraba fuera de Israel, juzgado en secreto y sentenciado a 18 años de cárcel. Para más información, véase el artículo de wikipedia “Armas nucleares de Israel” (Nota de la Redacción).

[17] El Consejo Supremo de Seguridad Nacional es un órgano del sistema político de Irán cuya principal función es preservar los principios de la revolución islámica y asegurar la integridad y soberanía nacional iraní, conforme a lo establecido en el artículo 176 de la Constitución. El Consejo funciona como órgano de asesoramiento del Líder Supremo, máxima autoridad política y religiosa del Estado. (Nota de la Redacción).


viernes, 30 de mayo de 2025

 

LUCHAS POR LA ENERGÍA, LUCHAS POR EL PODER:

La energía como arma de guerra, dominación y resistencia en Palestina[1]

Zachary Cuyler[2]

Zachary Cuyler

El 8 de octubre de 2024, menos de 24 horas después de que Hamás llevara a cabo los ataques del 7 de octubre, Israel detuvo el flujo de energía a Gaza, reduciendo instantáneamente la disponibilidad de electricidad de 14 a 4 horas por día.

Al día siguiente, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, declaró un "asedio total" a Gaza, incluyendo la electricidad, el combustible, los alimentos y el agua. Para el 11 de octubre, la central eléctrica de Gaza se había quedado sin combustible y dejó de producir electricidad por completo. El 12 de octubre, el ministro de Infraestructura Nacional, Energía y Agua, Israel Katz, declaró que la denegación de combustible, agua y electricidad continuaría hasta que Hamás liberara a sus rehenes.

Esta guerra contra la infraestructura ha provocado una catástrofe sin precedentes debido al papel crucial de la energía en la prestación de otros servicios esenciales: las plantas desalinizadoras agotaron su suministro de combustible en una semana, cortando el acceso de Gaza al agua potable, un resultado que Human Rights Watch ha calificado de deliberado y genocida.[3] Los hospitales carecían de electricidad para atender adecuadamente a las miles de víctimas que recibían. El sistema de alcantarillado quedó paralizado en menos de un mes.

Pero la capacidad de Israel para cortar el suministro eléctrico casi instantáneamente a los 2,2 millones de habitantes de la Franja de Gaza no es algo nuevo, sino el resultado de un prolongado modo de hacer política y de la construcción de un sistema energético centralizado, alimentado por combustibles fósiles y controlado por Israel. La dependencia energética palestina es fundamental para la dominación israelí sobre la vida palestina. Constituye una herramienta clave para las prácticas de explotación, expropiación, asedio, colonización y expulsión a las que los palestinos han estado sometidos durante mucho tiempo. Como ha argumentado Omar Jabary Salamanca, mediante su control de la electricidad y otros servicios esenciales, «el Estado de Israel puede crear posibilidades para la vida, pero también inducir el fracaso y la muerte».[4]

En la guerra contra Gaza posterior al 7 de octubre, la denegación del suministro energético y los ataques a la infraestructura energética por parte de las fuerzas israelíes han formado parte de una campaña más amplia para hacer que la Franja resulte inhabitable. El alto el fuego exigiría que las autoridades israelíes permitan la entrada de grandes cantidades de combustible a la Franja, junto con otras ayudas. Pero esta disposición es precisamente el problema: Israel probablemente conservará el control del flujo energético hacia Gaza, y los palestinos gazatíes, por lo tanto, seguirán siendo dependientes y vulnerables a las tácticas de asedio. Incluso si el fin de esta guerra supone el retorno a la fórmula de dos Estados, en lugar de una anexión formal, es imposible imaginar un Estado palestino operativo en tales condiciones.

Electricidad y desarrollo desigual durante el Mandato Palestino

El papel central de la electricidad en la colonización y el desarrollo desigual de Palestina se remonta al período del Mandato.

A principios de la década de 1920, las autoridades británicas otorgaron a la Compañía Eléctrica Palestina (Palestine Electric Company, PEC en sus siglas inglesas), dirigida por el ingeniero sionista ruso Pinhas Rutenberg, una concesión monopolística de 70 años para el suministro eléctrico en todo el territorio del Mandato. Jerusalén contaba con una concesión independiente, de propiedad británica, otorgada originalmente por los otomanos. Con el apoyo británico, la PEC construyó centrales eléctricas y montó una red de líneas eléctricas que conectaba instalaciones militares y zonas de denso asentamiento judío a la red eléctrica, estableciendo una relación duradera entre la infraestructura energética, la ocupación y la colonización.

La PEC realizó importantes inversiones en zonas de mayoría judía, suponiendo que disfrutarían de un mayor crecimiento económico y, por consiguiente, de una mejor clientela. Esta inversión facilitó nuevos asentamientos, lo que a su vez impulsó su expansión. La PEC también adquirió terrenos en torno a los emplazamientos designados para la construcción de presas hidroeléctricas y líneas eléctricas, incluyendo los fértiles valles de los ríos Jordán y 'Auja. Esto permitió la construcción de colonias judías que sirvieron como baluartes defensivos alrededor de la infraestructura de la PEC. Estas inversiones reforzaron el conocido patrón de asentamiento judío en forma de N, con líneas de alta tensión y nuevas aldeas que se extendían desde Tel Aviv, al sur, hasta Haifa, al norte, y el río Jordán, al este.

La PEC luchó por mantener su derecho exclusivo a la electrificación, impidiendo que los municipios árabes establecieran sus propios sistemas de red local, incluso en lugares que la empresa consideraba no rentables, como ha demostrado Fredrik Meiton.[5] Las comunidades palestinas que buscaban conectarse a la red de la PEC a menudo se toparon con resistencia y condiciones de explotación. La PEC se negó inicialmente a conectar la ciudad árabe de Nazaret a la red, por ejemplo, al determinar que no sería rentable. La empresa solo comenzó a suministrar electricidad a Nazaret bajo un novedoso acuerdo según el cual el municipio, y no la propia empresa, pagaría los intereses del capital recaudado para el proyecto.

Además, muchas comunidades árabes se negaron a conectarse a la red eléctrica por temor a impulsar la colonización de Palestina. Algunos que se oponían a la expansión de la PEC y a la política imperial británica llevaron a cabo sabotajes contra la red, dañando líneas eléctricas y generadores, lo que provocó apagones importantes. Sin embargo, a mediados de la década de 1930, la PEC había reducido la eficacia de los sabotajes añadiendo redundancia a la red.[6] La compañía también llegó a acuerdos con las élites locales para conectar comunidades árabes clave, como Tulkarem y Yenín, lo que hizo que más palestinos dependieran de la electricidad de la PEC. Aunque los rebeldes sabotearon regularmente la infraestructura de la PEC durante la Gran Revuelta Árabe de 1936-1939, la red eléctrica era para entonces lo bastante resistente como para soportar tales tácticas.

A lo largo de la década de 1930, la tendencia de la PEC a invertir más en infraestructura que abastecía al Yishuv,[7] en rápida industrialización, generó economías judías y árabes distintas y desiguales, aunque interconectadas. Al final del Mandato, el Yishuv constituía solo alrededor de un tercio de la población, pero consumía hasta el 90 % de la energía generada. Esta disparidad en el acceso a la electricidad reflejó, y contribuyó a generar, la desigualdad fundamental entre las comunidades árabes y judías que se desarrolló a lo largo del período del Mandato. También contribuyó a crear la apariencia de subdesarrollo árabe, que a su vez se utilizó para justificar una mayor colonización.

Dependencia forzada y resistencia después de 1948

La desigualdad de infraestructuras básicas que surgió a lo largo del Mandato persistió dentro del nuevo Estado de Israel en 1948. La extensión gradual de la red eléctrica israelí a lo largo de los territorios recientemente adquiridos fomentó la dependencia palestina del poder israelí.

Los palestinos se quedaron atrás en el acceso a la electricidad, mientras que los nuevos asentamientos judíos se conectaron a la red desde su inicio. La sucesora de la PEC, la Compañía Eléctrica de Israel (Israel Electric Company, IEC en sus siglas inglesas), tenía el monopolio de la generación de energía dentro de Israel, lo que imposibilitaba a los palestinos establecer redes independientes. En Gaza, las autoridades egipcias permitieron a los municipios comprar generadores y suministrar electricidad a sus poblaciones. En Cisjordania, anexionada a Jordania, se establecieron casi una docena de compañías eléctricas. La más grande fue la Compañía Eléctrica del Distrito de Jerusalén (Jerusalem District Electricity Company, JDECO en sus siglas inglesas), de propiedad privada, basada en una concesión de la ciudad en la era otomana, que abastecía a Jerusalén, Ramala, Belén y pueblos y aldeas vecinas. El resto de Cisjordania era abastecida por cooperativas a nivel de aldea o compañías municipales en ciudades como Nablus, Yenín y Hebrón.

Tras la conquista israelí de Cisjordania, Gaza, el Sinaí y los Altos del Golán en la Guerra de 1967, el Estado israelí, la Agencia Judía y organizaciones internacionales de desarrollo, como USAID, realizaron importantes inversiones en infraestructura para nuevos asentamientos. Por otro lado, las aldeas palestinas que deseaban acceder a las redes de suministro eléctrico de la IEC o de Cisjordania a menudo tuvieron que reunir el capital necesario por sí mismas.

El período posterior a 1967 presenció un aumento en el consumo general de electricidad de los palestinos que vivían en la Palestina histórica. Sin embargo, persistía una profunda desigualdad. A mediados de la década de 1970, aproximadamente una cuarta parte de los palestinos que vivían en las fronteras de Israel anteriores a 1967, dos tercios de los palestinos de Cisjordania y tres cuartas partes de los palestinos de Gaza aún carecían de electricidad.[8]

Además, acceder a la electricidad tuvo sus consecuencias. Como ha observado Laleh Khalili, “después de 1967, los territorios ocupados se vieron obligados a depender de infraestructuras israelíes que podían apagarse con solo pulsar un interruptor…”.[9] En noviembre de ese año, Israel implementó la Orden Militar 159, poniendo la infraestructura eléctrica en los territorios ocupados bajo control israelí. Israel exigió a las compañías eléctricas palestinas que vendieran su electricidad a tarifas bajas fijadas por el gobierno. A diferencia de la IEC, estas compañías carecían de los subsidios estatales y las economías de escala para vender electricidad a precios fijos de manera rentable. Además, las autoridades de ocupación israelíes impedían con frecuencia que las compañías palestinas ampliaran sus instalaciones. Por ejemplo, las órdenes militares prohibían a los palestinos ensamblar nueva infraestructura eléctrica sin la aprobación de las Fuerzas de Defensa de Israel. En la mayoría de los casos, la aprobación no se obtenía a menos que se conectara a la red de la IEC. Dichas políticas hicieron que las compañías eléctricas palestinas no fueran rentables e impidieron nuevas inversiones, lo que facilitó que la IEC asumiera el suministro de electricidad en toda Cisjordania.

Mapa de Infraestructura Energética (2021)


En Gaza, la electrificación sostuvo la ocupación posterior a 1967 de múltiples maneras. El Estado israelí estableció que la IEC prestara servicio a los nuevos asentamientos y bases judías en el enclave, lo que allanó el camino para que la compañía comenzara a vender energía a sus municipios palestinos. La nueva infraestructura eléctrica alimentó instalaciones militares, iluminó calles para aumentar la visibilidad (y la vigilancia) y consolidó un patrón de desarrollo limitado y dependiente.

A finales de la década de 1970, solo unas pocas ciudades palestinas grandes, como Jerusalén, Nablus y Yenín, controlaban su propio suministro eléctrico. El gobierno israelí exigió que la JDECO abasteciera a los nuevos asentamientos e instalaciones militares de las Fuerzas de Defensa de Israel en Cisjordania, junto con un número creciente de palestinos, como parte de un acuerdo más amplio que le otorgaba nuevos clientes, pero le exigía reducir sus precios a los estándares israelíes. Además, se le negó a la empresa el permiso para ampliar lo bastante su capacidad de generación, lo que la obligó a comprar la mayor parte de su electricidad a la IEC para revenderla a tarifas bajas fijas. Este acuerdo eliminó las ganancias de la JDECO, interrumpió el servicio al impedir el mantenimiento y las reparaciones esenciales, y la endeudó con la IEC. La empresa se vio empujada a la quiebra y se vio obligada a subsistir gracias a préstamos de los países árabes.

A principios de la década de 1980, cuando el gobierno israelí dirigido por el Likud intentó (sin éxito) tomar el control de la JDECO en nombre de la IEC, desencadenó una ola de protestas y huelgas. La JDECO finalmente ganó un caso en el Tribunal Supremo israelí que rechazó la demanda de la IEC. Pero para 1986, la compañía solo generaba alrededor del 3% de su electricidad, comprándole el resto a la IEC, una caída masiva del 60% con respecto a la década anterior.[10] En el mismo año, la IEC absorbió los sistemas municipales de Nablus y Jenin y se hizo cargo de la prestación de servicios de la JDECO a las bases de las Fuerzas de Defensa de Israel y a los barrios y asentamientos judíos. Estos actos erosionaron aún más los ingresos de la compañía y profundizaron el control israelí sobre Jerusalén Oriental, lo que contribuyó al estallido de la Primera Intifada.

En una entrevista de 1983, el abogado y activista palestino Jonathan Kuttab señaló que «el agua y la electricidad se cortan regularmente como forma de castigo» en Cisjordania.[11] Cuando la Organización para la Liberación de Palestina declaró el establecimiento de un Estado palestino en 1988, las autoridades israelíes respondieron imponiendo un toque de queda y cortando el suministro eléctrico en todos los territorios ocupados durante la noche. Durante la Primera Intifada, los comandantes israelíes interrumpieron el suministro de electricidad y combustible a las comunidades palestinas durante horas o incluso días.

Los palestinos respondieron a la pobreza y dependencia energéticas de diversas maneras. Algunos aseguraron su propio suministro energético a nivel local. Los palestinos de Gaza, por ejemplo, adoptaron la energía solar en la década de 1970. Otros emplearon tácticas más beligerantes y militantes. En 1969, el Frente Popular para la Liberación de Palestina destruyó las líneas eléctricas que conectaban los nuevos asentamientos en el Naqab/Néguev con una central eléctrica en Ashdod, evocando acciones disruptivas previas durante la Nakba. Durante la Primera Intifada, los palestinos se negaron a pagar las facturas de electricidad y sabotearon la infraestructura de la IEC. Los palestinos percibieron correctamente estas prolongadas batallas por la energía como un aspecto fundamental de una lucha más amplia por la soberanía.

Oslo y una nueva arquitectura del poder

A pesar de la retórica de ese momento sobre la independencia energética palestina y la cooperación entre los sectores energéticos, el proceso de Oslo contribuyó a consolidar y profundizar la dependencia energética palestina de Israel.

El Anexo III de los Acuerdos de Oslo de 1993 preveía “la cooperación en los campos de la electricidad… [y] la energía”, incluyendo “la explotación conjunta de… los recursos energéticos”.[12]  Pero como han señalado Lior Herman e Itay Fischhendler, durante el proceso de Oslo “Israel veía la electricidad como un futuro instrumento de política exterior y quería controlar los procesos de producción y transmisión para preservar la dependencia palestina de Israel, incluso después de su independencia”.[13]  Aunque exageran la voluntad de Israel de aceptar la eventual soberanía palestina —y por lo tanto se equivocan al describir esto como una cuestión de política exterior en lugar de un aspecto de la ocupación continua— Herman y Fischhendler identifican correctamente cómo los acuerdos sobre infraestructura e institucionales de la era de Oslo fueron diseñados para mantener e intensificar la subordinación palestina.

El proceso de Oslo creó múltiples cuellos de botella que otorgaron a Israel el control sobre los flujos energéticos, financieros y otros flujos cruciales palestinos. Bajo Oslo, la IEC siguió siendo responsable de la mayor parte de la producción y transmisión de electricidad en Gaza y Cisjordania. Ante el temor de que la IEC no pudiera cobrar la deuda eléctrica palestina, los negociadores israelíes crearon un mecanismo para retener los ingresos aduaneros palestinos y los impuestos a los trabajadores migrantes palestinos cobrados por Israel. Los municipios con frecuencia no pudieron reembolsar a la IEC la energía que adquirían, acumulando una deuda significativa de la que la nueva Autoridad Palestina era, en última instancia, responsable. La Autoridad Palestina ha intentado utilizar contadores de electricidad prepago para trasladar esta deuda a los consumidores palestinos, especialmente en los campos de refugiados, donde los consumidores a menudo se niegan a pagar la electricidad.

La Autoridad Palestina realizó algunos esfuerzos para asegurar un grado limitado de independencia energética durante la era de Oslo. La planificación de una central eléctrica en Gaza, por ejemplo, comenzó en 1994. La central eléctrica de Gaza —terminada en 2002 y alimentada por diésel israelí importado y de alto coste— suministraba alrededor de dos tercios de la electricidad de la franja.[14] Pero, como señala Adam Hanieh, el Protocolo de París de 1994, que regulaba la relación de la Autoridad Palestina con Israel, otorgó a este último el control absoluto de todas sus fronteras exteriores.[15] Israel controlaba la importación de combustible destinado a la central eléctrica de Gaza y al resto de los territorios ocupados. Según el Banco Mundial, las terminales donde Cisjordania y Gaza recibían combustible carecían de instalaciones de almacenamiento, lo que hacía que los palestinos dependieran del suministro diario de empresas israelíes y, por lo tanto, fueran extremadamente vulnerables a los cortes de combustible.[16]

En 1999 se descubrió gas natural frente a la costa de Gaza. Este yacimiento, llamado Gaza Marine, podría haber proporcionado electricidad a bajo costo a partir de una fuente de combustible controlada por los palestinos. Sin embargo, aunque las autoridades israelíes consideraron la posibilidad de permitir que British Gas explotara Gaza Marine, e incluso comprar gas natural de este yacimiento controlado por los palestinos, Israel finalmente nunca permitió la explotación de este recurso.

En cambio, el período posterior a Oslo consolidó una profunda dependencia energética conIsrael, en consonancia con una estrategia más amplia de fomentar la dependencia económica palestina en su conjunto, al tiempo que limitaba la soberanía palestina. Para el año 2000, más del 99% de los palestinos en Cisjordania y Gaza tenían acceso a electricidad controlada fundamentalmente por Israel, e Israel continuó instrumentalizando esta dependencia.[17]

Durante la Segunda Intifada, Israel interrumpió sistemáticamente la entrada de combustible a Gaza para su central eléctrica. Las fuerzas israelíes también atacaron directamente las infraestructuras energéticas palestinas. Durante las incursiones, el ejército israelí destruyó sistemáticamente el alumbrado público y cortó el suministro eléctrico a los barrios palestinos, para poder operar al amparo de la oscuridad. Los ataques a instalaciones médicas dañaron generadores, interrumpiendo los servicios de salud. Según un informe del Banco Mundial de 2002, en Hebrón «los transformadores eléctricos fueron acribillados a tiros en gran número y de manera constante, causando frecuentes cortes de energía...».[18] La Autoridad Palestina de Energía estimó que las fuerzas israelíes fueron directamente responsables de la destrucción de infraestructura eléctrica por valor de 15 millones de dólares entre 2000 y 2003, aunque esta cifra probablemente subestima el verdadero costo de tales tácticas, dada la gran importancia de la energía para la vida económica.[19]

Ocupación por “control remoto”

Desde Oslo y la evacuación de los asentamientos israelíes de Gaza en 2005, el control sobre la energía y otras infraestructuras críticas, junto con el uso del poder aéreo, ha permitido a Israel participar en lo que Salamanca ha llamado una ocupación “por control remoto”.[20]

Tras la victoria de Hamás en las elecciones parlamentarias palestinas, su toma del control de Gaza y la captura del soldado israelí Gilad Shalit en 2006, las fuerzas israelíes bombardearon la central eléctrica de Gaza, impidiendo así la atención médica en todo el territorio. La central fue reparada en 2007, pero las autoridades israelíes declararon Gaza "territorio hostil" y comenzaron a restringir el suministro de combustible a Gaza como táctica de asedio, proporcionando únicamente el combustible, la electricidad, el agua, los alimentos y otros bienes esenciales necesarios para cubrir un supuesto mínimo humanitario.[21]

Durante los combates entre Israel y Hamás en 2008, Israel cortó por completo el suministro de combustible a Gaza, dañó las líneas eléctricas que se extendían hacia Gaza desde Israel y Egipto y restringió la entrada de repuestos necesarios para el mantenimiento y la reparación de la central eléctrica. Los tanques de almacenamiento de combustible de la central fueron atacados de nuevo en el asalto a Gaza de 2014. En la breve guerra de 2021, las autoridades israelíes restringieron el suministro de electricidad del IEC a Gaza, y las Fuerzas de Defensa de Israel bombardearon una instalación solar de reciente construcción. Israel volvió a reducir el flujo de combustible a Gaza a finales de 2021 y en 2022, lo que restringió la capacidad de la central para generar electricidad.

El suministro energético de Cisjordania, aunque menos asediado y bombardeado que el de Gaza, también ha sido blanco de las autoridades israelíes. Por ejemplo, la IEC cortó el suministro eléctrico a Nablus y Yenín cuando estos municipios no pagaron sus facturas de electricidad después de que Israel retuviera los ingresos fiscales de la Autoridad Palestina en represalia por la adhesión de Palestina al Tribunal Penal Internacional en 2015.

Los palestinos de Cisjordania y Gaza han respondido con creatividad. Algunos establecieron conexiones informales a la red eléctrica en Cisjordania, expropiando la electricidad de la IEC y aumentando la carga de la deuda de la Autoridad Palestina. Pequeños generadores diésel han protegido de los cortes de electricidad a quienes pueden permitírselos. Fuera del alcance de las autoridades israelíes, que con frecuencia confiscan o destruyen paneles solares en Cisjordania, los palestinos de Gaza adoptaron ampliamente la energía solar a partir de la década de 2010, con un crecimiento de la cobertura de paneles solares de 115 a 20.000 metros cuadrados entre 2012 y 2019, y la energía solar llegó a proporcionar hasta el 12% del suministro eléctrico de la Franja.[22]

Pero a pesar de estas soluciones locales, los palestinos consumen la menor energía per cápita de Oriente Medio, a la vez que pagan el precio más alto por ella. Como ocurre con tantos otros aspectos de la vida palestina, la pobreza energética es el resultado de una relación fundamentalmente extractiva: antes del 7 de octubre de 2023, Gaza gastaba más de una quinta parte de su PIB en energía importada directamente de Israel y recibía un promedio de tan solo 10 horas de electricidad al día.

El asalto contra el poder palestino desde el 7 de octubre

Mientras que, en sus campañas de contrainsurgencia posteriores a 1967 y a Oslo, las autoridades israelíes administraron cuidadosamente el acceso de los palestinos a la energía, la guerra de exterminio que ha seguido al 7 de octubre de 2023 ha sido testigo de un bloqueo casi absoluto del suministro energético en Gaza y un ataque generalizado a la infraestructura energética. Las autoridades israelíes han cortado el suministro de electricidad y combustible casi por completo, permitiendo solo intermitentemente la entrada de cantidades minúsculas de combustible bajo presión internacional.

Las fuerzas israelíes también han dañado equipos, desde grúas utilizadas por la Compañía de Distribución de Electricidad de Gaza hasta los puntos de conexión eléctrica de alto voltaje que permiten la importación de electricidad israelí. Para marzo de 2024, el Banco Mundial estimó, de forma conservadora, que Israel había destruido más del 60% de la red de distribución eléctrica de Gaza.[23] Casi al mismo tiempo, la autoridad energética de Gaza estimó en 500 millones de dólares los daños a la infraestructura energética y sugirió que alrededor del 90% de los paneles solares de la franja habían resultado dañados.[24] Amnistía Internacional afirma que 11 de las 17 plantas solares más grandes de Gaza han resultado dañadas o destruidas, y Human Rights Watch ha documentado la demolición intencionada de paneles solares que alimentan plantas de tratamiento de aguas residuales.[25]

El impacto de la rápida y casi total interrupción del suministro energético de Gaza ha sido catastrófico. Los hospitales, que han sido objetivos habituales de las Fuerzas de Defensa de Israel, han tenido dificultades para conseguir combustible para sus generadores ante la falta de electricidad. Como resultado, el cada vez menor número de centros médicos en funcionamiento se ha visto obligado a atender sin electricidad a las decenas de miles de civiles heridos.

En febrero de 2024, el análisis de imágenes satelitales realizado por Care International reveló que el 70% de los hospitales de Gaza carecían de iluminación nocturna, incluso cuando operaban a más del triple de su capacidad. La falta de energía ha exacerbado las condiciones de hambruna e inhibido los esfuerzos de socorro ya intencionalmente restringidos. Sin electricidad, por ejemplo, los palestinos de Gaza luchan por convertir la harina entregada como ayuda humanitaria en pan comestible. La falta de combustible y electricidad también ha detenido el trabajo de las plantas de desalinización, reduciendo la disponibilidad de agua por persona a menos de un tercio de la cantidad requerida. Asimismo, ha interrumpido el sistema de saneamiento y, por lo tanto, ha contribuido al brote de polio.[26] Ha interrumpido las telecomunicaciones, negando a los palestinos de Gaza el acceso a los macabros mapas destinados a dirigirlos a las llamadas zonas seguras y, junto con el repetido e intencionado asesinato de periodistas, cortado los vínculos con el mundo exterior. Aun así, los palestinos han encontrado soluciones innovadoras a estas terribles condiciones, estableciendo estaciones de carga comunitarias, utilizando los pocos paneles solares que quedan e incluso improvisando turbinas eólicas de pequeña escala montadas en tiendas de campaña y tejados.

En Cisjordania, desde el 7 de octubre de 2023, el gobierno israelí ha utilizado la deuda eléctrica como pretexto para retener grandes cantidades de ingresos fiscales de la Autoridad Palestina. El mantenimiento de la dependencia eléctrica palestina y el conjunto de acuerdos institucionales desarrollados bajo Oslo que sometieron los canales fiscales palestinos a control israelí han creado un mecanismo de castigo colectivo y un medio por el cual Israel ha llevado a la Autoridad Palestina al borde del colapso en medio de un aparente intento de anexión de Cisjordania.

Finalmente, Israel ha aprovechado la oportunidad creada por esta guerra para expropiar los recursos energéticos palestinos. En 2019, el Estado de Palestina declaró formalmente sus fronteras marítimas de conformidad con la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, reclamando zonas marítimas frente a la costa de Gaza. Israel ha disputado estas fronteras alegando que no reconoce a Palestina como Estado soberano. El 29 de octubre de 2023, el Ministerio de Energía de Israel otorgó licencias a empresas energéticas israelíes e internacionales para la exploración de gas natural en una zona frente a Gaza que se superpone sustancialmente con la zona marítima reclamada por Palestina. Esta medida socava las bases de la futura soberanía energética palestina y se asemeja a la colonización acelerada de Cisjordania.

Durante esta guerra genocida, los líderes estadounidenses y europeos han prometido constantemente a los palestinos una vía hacia la creación de un Estado tras la conclusión de un acuerdo de alto el fuego. Pero, como ha argumentado Rashid Khalidi, la fórmula de dos Estados es una ilusión: «La creación de un Estado palestino y su soberanía… nunca han estado sobre la mesa, jamás, en ningún lugar, en ninguna etapa, por ninguna de las partes, ni Estados Unidos, ni Israel, ni nadie más».[27]  El fomento y la explotación a largo plazo de la dependencia energética palestina subrayan este punto.

Cualquier final aceptable para la ocupación y colonización de Palestina debería incluir el control palestino sobre el suministro de energía, ya sea mediante una red centralizada de combustibles fósiles basada en el desarrollo de los recursos de gas natural marinos palestinos, o mediante una red más duradera y descentralizada basada en la energía solar controlada localmente. Debe ser responsabilidad de los palestinos determinar cómo serán las bases de su soberanía energética y la viabilidad de su futuro.


[1] Traducción, extracto y adaptación del artículo “Power Struggles: Energy as a Weapon of War, Domination and Resistance in Palestine”, en Middle East Report nº 313 (Invierno de 2024). El título original en inglés es "Power struggles", donde "power" puede referirse simultáneamente al poder (político) y a la energía (habitualmente eléctrica(Nota del traductor).

[2] Profesor adjunto y miembro de Century International. Su investigación se centra en el análisis político, histórico y social de las infraestructuras, energía y medio ambiente en el mundo árabe oriental. Su trabajo académico se ha publicado en International Labor and Working-Class History,  Historical Materialism,  Labor History y  Arab Studies Journal, y ha escrito sobre la política contemporánea del mundo árabe oriental para  Middle East Report,  Synaps y  L'Orient-Le Jour. Su tesis doctoral, «Fossil Lebanon», que defendió en el verano de 2023, examina cómo la relación del Líbano con la industria petrolera moldeó la política, la economía y el entorno construido del país a mediados del siglo XX.

[4] Omar Jabary Salamanca, “Unplug and Play: Manufacturing Collapse in Gaza,” Human Geography 4/1 (March 2011).

[5] Fredrik Meiton, Electrical Palestine: Capital and Technology from Empire to Nation (University of California Press, 2019), pp. 56–7, 74–5, 80–94, 153–155, 164–166, 182–187.

[6] La redundancia en una red eléctrica se refiere a la implementación de sistemas de respaldo o múltiples rutas para garantizar la continuidad del suministro de energía en caso de fallo de uno de los componentes principales. Esta redundancia es crucial para mantener la estabilidad de la red y evitar interrupciones en el suministro de electricidad. (Nota del traductor)

[7] Yishuv es la comunidad de residentes judíos que habitaban Palestina antes de la creación del Estado de Israel en 1948. (Nota del traductor)

[8] Sabri Jiryis, “The Arabs in Israel, 1973-79,” Journal of Palestine Studies 8/4 (1979), p. 54. Jamil Hilal, “Class Transformation in the West Bank and Gaza,” Journal of Palestine Studies 6/2 (1977), p. 170.

[9] Laleh Khalili, “As They Laid Down Their Cables,” Granta, April 25, 2024.

[10] Jawdat Abu ‘Awn, “Electrical Energy in the West Bank and Gaza,” Samid al-Iqtisadi 15/92 (April-June 1993), p. 20.

[11] Jonathan Kuttab and John Egan, “An Autonomous Palestinian Presence on the West Bank Conflicts with the Goal of Judaization,” Journal of Palestine Studies 12/ 4 (1983), pp. 64–70.

[13] Lior Herman and Itay Fischhendler, “Energy as a Rewarding and Punitive Foreign Policy Instrument: The Case of Israeli–Palestinian Relations,” Studies in Conflict and Terrorism 44/6 (2021), p. 505.

[14] World Bank, Report No. 39695-GZ: “West Bank and Gaza Energy Sector Review,” May 2007, p. 3.

[15] Adam Hanieh, “The Oslo Illusion,” Jacobin, April 2013.

[16] World Bank, Report No. 39695-GZ: “West Bank and Gaza Energy Sector Review,” May 2007, p. 12.

[17] Ayman Abualkhair, “Electricity sector in the Palestinian territories: Which priorities for development and peace?,” Energy Policy 35/4 (2007), p. 2209–2230.

[18] World Bank, “Fifteen Months—Intifada, Closures, and Palestinian Economic Crisis: An Assessment,” 2002, 56–7.

[19] Ayman Abualkhair, “Electricity sector in the Palestinian territories: Which priorities for development and peace?,” Energy Policy 35/4 (2007), p. 2209–2230.

[20] Omar Jabary Salamanca, “Unplug and Play: Manufacturing Collapse in Gaza,” Human Geography 4/1 (2011), p. 25.

[21] Ibid, p. 29.

[22] Asmaa Abu Mezeid, “Confronting Energy Poverty in Gaza, Al-Shabaka, March 29, 2023.

[23] World Bank, “Gaza Interim Damage Assessment,” March 29, 2024, p. 10.

[25]Human Rights Watch, Ob. cit.

[26] Freddie Clayton, “Polio vaccinations arrive in Gaza, but the sanitation crisis remains”, NBC NEWS (Aug. 31, 2024)

[27] Rashid Khalidi, “The Neck and the Sword,” New Left Review 147 (May/June 2024).

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