SIRIA: REBELIÓN Y GUERRA CIVIL[1] Una breve reseña histórica
En enero de 2011, en una entrevista con The Wall Street Journal,[2] se
le preguntó al presidente sirio Bashar al-Asad si esperaba que la ola
de protestas populares que se
extendía por el mundo árabe –la cual ya había derrocado a gobernantes
autoritarios en Túnez y Egipto–
llegara a Siria. Asad reconoció que muchos sirios habían atravesado
dificultades económicas y que el progreso hacia la reforma política había sido
lento y vacilante, pero confiaba en que Siria se salvaría porque la postura de
resistencia de su administración frente a Estados Unidos e Israel coincidía
con las creencias del pueblo sirio, mientras que los líderes árabes que ya
habían caído habían llevado a cabo una política exterior pro-occidental que
desafiaba los sentimientos de su pueblo.
El inicio de las protestas contra el gobierno sirio, que
se produjeron pocas semanas después de la entrevista, dejó en claro que la
situación de Asad era mucho más precaria de lo que estaba dispuesto a admitir.
En realidad, una serie de problemas políticos y económicos de larga duración
estaban empujando al país hacia la inestabilidad. Cuando Asad sucedió a su
padre en 2000, llegó a la presidencia con una reputación de modernizador y
reformador. Sin embargo, las esperanzas que generó la presidencia de Asad en
gran medida no se cumplieron. En política, un breve giro hacia una mayor
participación popular se revirtió rápidamente, y Asad revivió las tácticas
autoritarias de la administración de su difunto padre, incluida la censura y la
vigilancia generalizadas, así como la violencia brutal contra los opositores al
gobierno. Asad también supervisó una importante liberalización de la economía
siria dominada por el Estado, pero esos cambios sirvieron principalmente para
enriquecer una red de capitalistas clientelistas con vínculos con el gobierno.
En vísperas del levantamiento, la sociedad siria experimentaba desigualdades
cada vez más notorias en materia de riqueza y privilegios.
La crisis medioambiental también influyó en el levantamiento sirio. Entre 2006 y 2010, Siria sufrió la peor sequía de la historia moderna del país. Cientos de miles de familias de agricultores quedaron reducidas a la pobreza, lo que provocó una migración masiva de la población rural a los barrios marginales de las ciudades.
En marzo de 2011, las primeras protestas importantes
tuvieron lugar en la empobrecida provincia rural de Daraa, en el sur de Siria,
afectada por la sequía. Las autoridades habían detenido y torturado a un grupo
de niños por escribir pintadas contra el gobierno; la población local,
indignada, salió a la calle para manifestarse en favor de reformas políticas y
económicas. Las fuerzas de seguridad respondieron con dureza, llevando a cabo
detenciones masivas y, en ocasiones, disparando contra los manifestantes. La
violencia de la respuesta del gobierno añadió visibilidad a la causa de los
manifestantes, y en cuestión de semanas comenzaron a surgir protestas no
violentas similares en varias ciudades de todo el país. Vídeos de las fuerzas
de seguridad golpeando y disparando contra los manifestantes, captados por testigos
con teléfonos móviles, circularon por toda Siria y fueron difundidos
clandestinamente a medios de comunicación extranjeros.
Desde el principio, el levantamiento y la respuesta
del gobierno tuvieron una dimensión sectaria. Muchos de los manifestantes
pertenecían a la mayoría sunita del país, mientras que la familia
gobernante Asad estaba formada por miembros de la minoría alauita. Los alauitas también dominaban las fuerzas de seguridad
y las milicias irregulares que llevaron a cabo algunos de los peores actos de
violencia contra los manifestantes y los opositores al gobierno. Sin embargo,
al principio las divisiones sectarias no eran tan rígidas como a veces se
supone; la élite política y económica vinculada al gobierno incluía a miembros
de todos los grupos confesionales de Siria –no sólo alauitas–, y las
autoridades religiosas de las diversas minorías del país se mostraban bastante
cómodas con el gobierno. En contraste, muchos alauitas de clase media y
trabajadora no se beneficiaban especialmente de pertenecer a la misma comunidad
que la familia Asad y compartían algunos de los agravios socioeconómicos de los
manifestantes.
No obstante, a medida que avanzaba el conflicto, las
divisiones sectarias se agudizaron. En sus declaraciones públicas, Asad intentó
presentar a la oposición como extremistas islámicos sunitas al estilo de al-Qaeda y como participantes en conspiraciones extranjeras contra Siria. El gobierno
también mantuvo una retórica en la que se presentaba como defensor de los
derechos de las minorías étnicas y religiosas, alimentando los temores de dichas
minorías a que la oposición, predominantemente sunita, llevara a cabo
represalias violentas contra las comunidades no sunitas.
A medida que las protestas aumentaban en fuerza y
tamaño, el gobierno respondió con mayor dureza. En algunos casos, esto
significó cercar ciudades o barrios –como Bāniyās y Homs, que se
habían convertido en centros de protesta– con tanques, artillería y
helicópteros de combate, y cortar los servicios públicos y las comunicaciones.
En respuesta, algunos grupos de manifestantes comenzaron a tomar las armas
contra las fuerzas de seguridad. En junio, tropas y tanques sirios ocuparon la
ciudad norteña de Yisr al-Shugūr, lo que provocó una oleada de miles de
refugiados que huyeron a Turquía.
En el verano de 2011, los países vecinos de Siria y
las potencias mundiales comenzaron a dividirse en bandos a favor y en contra de
Asad. Estados Unidos y la Unión Europea eran cada vez más críticos con Asad a
medida que continuaba su represión, y el presidente estadounidense, Barack
Obama, junto a varios jefes de Estado europeos, pidieron la dimisión de Asad en
agosto de 2011. En la segunda mitad de 2011 se creó un bloque contrario a Asad
formado por Qatar, Turquía y Arabia Saudita. Estados Unidos, la UE y la Liga Árabe pronto
impusieron sanciones dirigidas a altos miembros del gobierno de Asad.
Mientras tanto, Irán y Rusia, antiguos aliados de Siria, siguieron
brindándole su apoyo. Un primer indicio de las divisiones y rivalidades
internacionales que prolongarían el conflicto se produjo en octubre de 2011,
cuando Rusia y China emitieron el primero de varios vetos para bloquear una
resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que habría condenado
la represión de Asad.
Aunque es imposible señalar con exactitud cuándo el levantamiento pasó de ser un movimiento de protesta predominantemente pacífico a una rebelión militarizada, ya en septiembre de 2011 las milicias rebeldes organizadas participaban regularmente en combates contra tropas gubernamentales en ciudades de toda Siria. El Ejército Libre Sirio, un grupo rebelde formado en julio por desertores del ejército sirio, reivindicó su liderazgo sobre la oposición armada que combatía en Siria, pero su autoridad fue en gran medida ignorada por las milicias locales.
A finales de 2011 y comienzos de 2012, las
organizaciones internacionales realizaron una serie de esfuerzos fallidos para
poner fin al conflicto. A principios de noviembre de 2011, los funcionarios
sirios aceptaron una iniciativa de la Liga Árabe que pedía al gobierno sirio
detener la violencia contra los manifestantes, retirar los tanques y vehículos
blindados de las ciudades y liberar a los presos políticos. En diciembre de
2011, el gobierno sirio accedió a permitir que una delegación de observadores
de la Liga Árabe visitara Siria para verificar la aplicación del plan. La
misión de observadores perdió rápidamente credibilidad ante la oposición cuando
se hizo evidente que no se había enviado suficiente personal ni equipos para
realizar las inspecciones y que el gobierno sirio había restringido los
movimientos de los observadores y los había enviado a escenarios manipulados. Preocupada
por la seguridad de los observadores, la Liga Árabe puso fin a la misión el 28
de enero de 2012.
Un segundo acuerdo, esta vez negociado por el ex-secretario
general de la ONU, Kofi Annan, con el patrocinio de la ONU y la Liga Árabe, produjo un
breve cese del fuego parcial en abril de 2012. Pero la violencia pronto se
reanudó y alcanzó niveles más altos que antes, y el equipo de observadores de
la ONU, al igual que sus predecesores de la Liga Árabe, tuvo que retirarse por
razones de seguridad.
Tras el escaso éxito obtenido, la ONU y la Liga Árabe
trataron de conseguir el apoyo de las potencias internacionales para una
solución política del conflicto. En junio de 2012, una conferencia
internacional organizada por la ONU dio lugar al Comunicado de Ginebra, que
ofrecía una hoja de ruta para las negociaciones destinada a establecer un
órgano de gobierno de transición para Siria. Sin embargo, Estados Unidos y
Rusia fueron incapaces de ponerse de acuerdo sobre si Asad debería ser incluido
en un futuro gobierno sirio, por lo que la conferencia no alcanzó sus objetivos
de paz.
A principios de 2012, se hizo evidente que El Consejo Nacional Sirio (CNS), un grupo paraguas de la oposición formado en
Estambul en agosto de 2011, era demasiado reducido y estaba demasiado
debilitado por las luchas internas como para representar eficazmente a la
oposición. Gran parte de las luchas internas eran el resultado de corrientes
transversales de apoyo que fluían hacia diferentes facciones rebeldes, ya que
los esfuerzos de los países donantes por priorizar sus propias agendas y
maximizar su influencia sobre la oposición creaban conflictos e impedían que un
solo grupo desarrollara la fuerza necesaria para liderar la coalición. Después
de meses de conflictiva diplomacia, en noviembre los líderes de la oposición
siria anunciaron la formación de una nueva alianza llamada Coalición
Nacional para las Fuerzas de la Oposición y la Revolución Siria. Durante el mes siguiente, la coalición recibió el
reconocimiento de docenas de países como representante legítimo del pueblo
sirio. Sin embargo, las divisiones y rivalidades que habían dominado al Consejo
Nacional Sirio seguían presentes en la nueva organización.
En el verano y el otoño de 2012, los rebeldes lograron
una serie de éxitos tácticos. Las tropas gubernamentales se vieron obligadas a
retirarse de las zonas del norte y el este, lo que permitió a los rebeldes
controlar un territorio significativo por primera vez. En julio, los rebeldes
atacaron Alepo, la ciudad más grande de Siria, y establecieron un punto
de apoyo en la parte oriental de la ciudad. Sin embargo, a principios de 2013,
la situación militar parecía estar llegando a un punto muerto. Los combatientes
rebeldes mantenían un firme control de las zonas del norte, pero se veían
frenados por deficiencias en equipamiento, armamento y organización. Mientras
tanto, las fuerzas gubernamentales, debilitadas por las deserciones, también
parecían incapaces de lograr grandes avances. Los combates diarios continuaban
en las zonas en disputa, lo que hacía que el número de muertos civiles fuera
cada vez mayor.
Sin un resultado decisivo a la vista, los aliados
internacionales del gobierno sirio y los de los rebeldes incrementaron su
apoyo, lo que aumentó la posibilidad de una guerra por delegación[3] en la región. Los
esfuerzos de Turquía, Arabia Saudita y Qatar para financiar y armar a los
rebeldes se hicieron cada vez más evidentes desde finales de 2012 y durante
2013. Estados Unidos, que se había mostrado reacio a enviar armas por temor a que
éstas llegaran a yihadistas que algún día pudieran volverse contra los intereses
occidentales en la zona, finalmente inició un modesto programa para entrenar y
equipar a unos pocos grupos rebeldes seleccionados. El gobierno sirio siguió
recibiendo armas de Irán y el grupo militante libanés Hezbolá. A finales de 2012, Hezbolá también había comenzado a enviar
sus propios combatientes a Siria para luchar contra los rebeldes.
El 21 de agosto de 2013, tras unos ataques con armas
químicas en los suburbios de Damasco, donde murieron cientos de personas, se produjeron
nuevos llamamientos a favor de la intervención militar internacional en Siria.
La oposición siria acusó a las fuerzas partidarias de Asad de haber llevado a
cabo los ataques. Las autoridades sirias negaron haber empleado armas químicas
y afirmaron que, en caso de haberse empleado, los culpables eran las fuerzas
rebeldes. Mientras los inspectores de armas de la ONU recogían pruebas en los
lugares de los ataques químicos, los dirigentes estadounidenses, británicos y
franceses denunciaban el uso de armas químicas por parte del gobierno sirio y
hacían saber que estaban considerando la posibilidad de lanzar ataques de
represalia contra al-Asad. Rusia, China e Irán se manifestaron contra una
acción militar, y al-Asad prometió luchar contra lo que describió como una
agresión occidental. El informe de los inspectores de la ONU,
publicado el 16 de septiembre, confirmó que en los ataques del 21 de agosto se
habían utilizado a gran escala cohetes que transportaban gas
nervioso sarín. Sin embargo, no especificó qué
bando fue el responsable de los ataques ni ofreció un número exacto de
víctimas.
La perspectiva de una intervención militar
internacional en Siria comenzó a desvanecerse a fines de agosto, en parte
porque se hizo evidente que la opinión pública de Estados Unidos y la de Reino Unido se
oponían a la acción militar. El 29 de agosto fracasó una moción en el
Parlamento británico para autorizar ataques en Siria, y el 10 de septiembre se
pospuso una votación similar en el Congreso de Estados Unidos. Mientras tanto,
la diplomacia pasó a primer plano y el 14 de septiembre Rusia, Siria y Estados
Unidos acordaron poner todas las armas químicas de Siria bajo control
internacional. El acuerdo se cumplió y todas las armas químicas declaradas
fueron retiradas de Siria antes de la fecha límite del acuerdo, el 30 de junio
de 2014.
En 2013, los militantes islamistas comenzaron a tomar protagonismo, mientras que las facciones no islamistas flaqueaban por el agotamiento y las luchas internas. El Frente al-Nusrah (Yabhat al-Nuṣrah), una filial de al-Qaeda activa en Siria, se asoció con varios grupos de la oposición y se convirtió en una de las fuerzas de combate más eficaces. Pero pronto se vio eclipsado por un nuevo grupo: en abril de 2013, Abu Bakr al-Baghdadi, el líder de al-Qaeda en Irak, declaró que uniría sus fuerzas en Irak y Siria bajo el nombre de Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL; también conocido como Estado Islámico de Irak y Siria [ISIS] o Daesh[4]). Evidentemente, pretendía que el Frente al-Nusrah fuera parte del nuevo grupo bajo su mando, pero éste rechazó la fusión y los dos grupos terminaron enfrentados.
En el este de Siria, el EIIL se apoderó de una zona
del valle del Éufrates centrada en la ciudad de Al-Raqa. Desde allí, lanzó una
serie de operaciones exitosas tanto en Siria como en Irak, expandiéndose hasta
controlar una amplia franja de territorio que se extiende a lo largo de la
frontera entre ambos países. Los repentinos avances del EIIL en Irak,
acompañados de un flujo constante de propaganda violenta y provocadora, hicieron
que los llamamientos de la comunidad internacional a la acción se volvieran más
urgentes. El 8 de agosto, Estados Unidos lanzó ataques aéreos en Irak para
impedir que el EIIL avanzara hacia la región autónoma kurda del norte del país.
Los ataques frenaron el avance del grupo a nivel local, pero una serie de
vídeos que mostraban a combatientes del EIIL decapitando a trabajadores
humanitarios y periodistas avivaron los temores de que el grupo representara
una amenaza global. El 23 de septiembre, Estados Unidos y una coalición de
estados árabes ampliaron la campaña aérea para atacar objetivos del EIIL en
Siria. Las milicias kurdas, con la ayuda de los
ataques aéreos y de las armas entregadas por la coalición internacional contra el EIIL, lucharon ferozmente
para repeler a los yihadistas durante varios meses. A principios de 2015, los
kurdos parecían haber ganado la partida, aunque ciudades kurdas como Kobani
sufrieron graves daños y decenas de miles de refugiados se vieron obligados a
abandonar la zona.
Al mismo
tiempo, Asad parecía encontrarse en su posición más precaria desde los primeros
meses del levantamiento. Las fuerzas gubernamentales habían sufrido una serie
de derrotas a manos de los rebeldes en el norte de Siria, lo cual obligó a Asad
a declarar públicamente en mayo de 2015 que la necesidad de defender zonas
críticas había significado sufrir algunos reveses menores frente a los
rebeldes. Como consecuencia de ello, en el verano de 2015 Rusia empezó a asumir un
papel más activo en el conflicto, desplegando tropas y equipo militar en una
base aérea cerca de Latakia. En septiembre, Rusia lanzó sus primeros ataques
aéreos contra objetivos en Siria. La
campaña aérea rusa permitió a las fuerzas terrestres de Asad lanzar nuevos
ataques contra territorios controlados por los rebeldes. En diciembre, las
últimas fuerzas rebeldes se vieron obligadas a evacuar Homs, la tercera ciudad
más grande de Siria, dejándola totalmente bajo control del gobierno por primera
vez en tres años.
En 2016, el EIIL, que apenas unos años antes parecía
casi imparable en el norte y el este de Siria, estaba empezando a derrumbarse
bajo la presión de sus enfrentamientos simultáneos con tres coaliciones
rivales: las fuerzas kurdas y sus aliados estadounidenses, las fuerzas sirias de
al-Asad apoyadas por Irán y Rusia, y una coalición de grupos rebeldes apoyada
por Turquía. En el norte, las fuerzas kurdas y las apoyadas por Turquía
consolidaron gradualmente su control en las zonas a lo largo de la frontera
turca, privando al EIIL de un territorio estratégicamente importante. Mientras
tanto, una creciente campaña aérea liderada por Estados Unidos debilitó el
control del EIIL sobre algunos bastiones clave. En enero de 2017, los rivales
ideológicos del EIIL, incluido el Frente al-Nusrah,
se fusionaron con Hayat Tahrir al-Sham (HTS. “Organización para la
Liberación del Levante”) –un grupo rebelde sirio que hasta 2016 había
estado afiliado a al-Qaeda y dirigido
por Abu Mohammad al-Jolani, quien había sido el líder del Frente Nusrah antes de la fusión[5]– y juntos combatieron al EIIL en
Idlib, arrebatando a éste gran parte de su territorio. En junio, las Fuerzas
Democráticas Sirias (FDS), en su mayoría kurdas, lanzaron un asalto a Al-Raqa,
la capital de facto del EIIL en Siria, con el apoyo de la fuerza aérea y las
fuerzas especiales estadounidenses. En octubre, las FDS anunciaron que Al-Raqa
había sido despejada de fuerzas del EIIL. En el este, las fuerzas de Asad
continuaron presionando al EIIL, obligándolo a abandonar la localidad de Deir ez-Zor
en noviembre de 2017.
Mientras las fuerzas gubernamentales seguían ganando
terreno, los gobiernos occidentales intervinieron cada vez más en el conflicto.
Después de acusar al gobierno de Asad de un ataque con armas químicas en Khān
Shaykhūn, en abril de 2017, Estados Unidos bombardeó la base aérea de Shayrat,
cerca de Homs, con 59 misiles de crucero Tomahawk.
Un año después, después de nuevas acusaciones al gobierno sirio de emplear
armas químicas en la localidad sureña de Duma, las fuerzas estadounidenses,
británicas y francesas lanzaron más de 100 ataques contra instalaciones de
armas químicas cerca de Damasco y Homs.
En 2018, Israel interviene en el conflicto atacando en
Siria al ejército iraní, su gran rival geoestratégico en la región. Después de
que Irán bombardeara los Altos del Golán[6] en respuesta al ataque israelí, Israel lanzó su bombardeo
más intenso en Siria desde que comenzó la guerra civil. Decenas de
instalaciones militares iraníes fueron atacadas e Israel afirmó haber destruido
casi toda la infraestructura militar iraní en Siria.
En junio de 2018, tras consolidar su control sobre las
zonas en torno a Damasco y Homs, las fuerzas del gobierno sirio iniciaron una
campaña para recuperar los territorios controlados por los rebeldes en la
provincia suroccidental de Daraa, que luego se expandió a la provincia de Quneitra. Cuando se hizo evidente el éxito de la operación
gubernamental, se negoció un acuerdo con la ayuda de Rusia que permitía a los
rebeldes pasar con seguridad a la provincia de Idlib, también controlada por los rebeldes, en el norte, a cambio de su
rendición en el suroeste del país.
Idlib era la última región del país que los rebeldes
controlaban, y todos los beligerantes comenzaron a prepararse para un
enfrentamiento inminente. Aparte de la capacidad del gobierno para concentrar
ahora su ejército en recuperar una sola región, la presencia militar de Turquía
en apoyo de los rebeldes ayudó a garantizar que cualquier ofensiva del gobierno
se enfrentaría a una dura lucha. Tanto Turquía como el gobierno sirio
comenzaron a acumular tropas a lo largo de las fronteras; Turquía reforzó su
ejército dentro de la provincia, mientras que los aviones de guerra sirios y
rusos bombardeaban las ciudades fronterizas.
Rusia y Turquía intentaron reducir la tensión
acordando y estableciendo una zona de amortiguación entre las fuerzas rebeldes
y las gubernamentales. La zona de amortiguación requería que todo el armamento
pesado y los combatientes se retiraran de un área de aproximadamente 15 a 20 km.
de ancho. No estaba claro en ese momento si todas las partes cumplirían el
acuerdo, sin embargo, el gobierno sirio y los principales grupos rebeldes, como
el Ejército Libre Sirio, rápidamente lo aceptaron. Incluso los grupos
simpatizantes de la ideología de al-Qaeda,
como el HTS, que seguían siendo un actor impredecible, terminaron por aceptarlo.
Todas las partes retiraron discretamente el armamento pesado de la zona de
amortiguación, aunque muchos combatientes permanecieron allí después de la
fecha límite del 15 de octubre de 2018.
Como parte del acuerdo, Turquía era responsable de
impedir que grupos como el HTS prosperaran en la región. Sin embargo, el HTS
lanzó una ofensiva contra otros grupos rebeldes en enero de 2019 y pronto se
convirtió en la fuerza dominante en Idlib. En abril, las fuerzas sirias
cruzaron la zona de amortiguación y comenzaron una ofensiva en Idlib con la
ayuda de ataques aéreos rusos. Capturaron territorio antes de que una
contraofensiva lanzada en junio pudiera hacer retroceder el frente a las zonas
controladas por el gobierno.
En octubre, el conflicto se extendió hacia el este.
Turquía lanzó una ofensiva en la región nororiental de Siria, controlada por
los kurdos, días después de que Estados Unidos anunciara que no se interpondría
en su camino. El gobierno turco pretendía desestabilizar a los separatistas
kurdos en Siria, aliados del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)[7] en Turquía, y crear una
zona segura en la región para la repatriación de los refugiados sirios en
Turquía. Las fuerzas kurdas rápidamente llegaron a un acuerdo con Asad para
recibir ayuda, lo que permitió que las fuerzas gubernamentales volvieran a
entrar en la región por primera vez desde 2012.
Aunque Turquía se había mantenido en gran medida al margen de la confrontación directa con el gobierno sirio durante todo el conflicto, la ofensiva de éste en Idlib, respaldada por ataques aéreos rusos, en ocasiones provocó bajas turcas y represalias. A fines de febrero de 2020, el conflicto se intensificó brevemente después de que decenas de soldados turcos murieran en un ataque aéreo y las fuerzas turcas tomaran represalias directamente contra el ejército sirio. Sin embargo, el enfrentamiento terminó pronto, después de que Turquía y Rusia negociaran un alto el fuego general una semana después. En 2023, cuando la guerra parecía calmarse, la Liga Árabe volvió a aceptar a Siria como país miembro de la organización.
Sin embargo, en 2024 se produjo una nueva ofensiva
rebelde, después de que el apoyo internacional a las fuerzas gubernamentales se
debilitara considerablemente. La ayuda de Rusia ya se había reducido tras la invasión
rusa de Ucrania, la cual había desviado hacia ese frente buena parte de los
recursos militares rusos. Irán, otro aliado importante del gobierno sirio,
sufrió reveses en 2024 tras la invasión israelí de Gaza y del Líbano, la cual
provocó un enfrentamiento entre Irán e Israel. Los ataques israelíes provocaron
daños significativos sobre los activos estratégicos y los aliados de Irán en la
región –incluidos los infligidos dentro de la propia Siria–. Hezbolá en particular, un componente
clave en la lucha de Asad contra los rebeldes, sufrió numerosas pérdidas por los bombardeos israelíes del
Líbano, que duraron de septiembre a noviembre.
En octubre de 2024, Hezbolá retiró a sus combatientes de Siria mientras defendía sus
líneas de frente contra una invasión terrestre israelí sobre el sur del Líbano
y, al final de los combates, más de medio millón de refugiados sirios en el
Líbano habían regresado a Siria. Cuando se anunció un acuerdo de alto el fuego
entre Israel y Hezbolá el 26 de
noviembre, Hezbolá tenía una
capacidad limitada para reanudar el combate fuera del Líbano. Al día siguiente,
el HTS comenzó a avanzar en las provincias de Idlib y Alepo. El 29 de
noviembre, los combatientes del HTS entraron en el centro de Alepo y
obligaron a las fuerzas gubernamentales a retirarse de la ciudad. Los aviones
rusos respondieron al día siguiente con ataques aéreos contra el HTS, pero el HTS
logró extender su avance a Hama en una semana. Daraa y Homs fueron
capturadas el 7 de diciembre, aislando efectivamente a Damasco y cortándole el
acceso a bases y puertos que permitirían al ejército sirio reforzar y
reabastecer las defensas de la capital. Ese mismo día, las fuerzas rebeldes
entraron en Damasco y durante la noche tomaron el control. Pronto se descubrió
que Asad ya había huido, confirmándose poco después que se había trasladado a
Moscú. Las fuerzas rebeldes, en colaboración con algunos miembros del gobierno
de Asad, están intentando organizar una transferencia razonablemente estable
del poder para así conservar más o menos intactas las instituciones
gubernamentales. Está por ver en qué medida serán capaces de conseguirlo, dada
la gran cantidad de actores políticos en juego, tanto a nivel nacional como
internacional, que desean defender sus intereses geoestratégicos y económicos en la
zona.
[1] Traducción,
extracto y adaptación de la entrada “History of Syria”, en la Encyclopedia Britannica. Todas las notas
son del equipo de Redacción de este blog.
[2] “Interview
With Syrian President Bashar al-Asad”, en The Wall Street Journal, 31 de enero de 2011.
[3] La guerra subsidiaria, guerra por delegación o guerra por procuración, también conocida por el anglicismo proxy war, es un tipo de guerra que se produce cuando dos o más potencias utilizan a terceros como sustitutos, en vez de enfrentarse directamente en las hostilidades. (Fuente: Wikipedia)
[4] ISIS, en sus siglas inglesas: the Islamic State of Iraq and Syria. Daesh, en sus siglas árabes: Al-dawla al-islâmiyya (“Estado Islámico).
[5] Aunque el HTS se ha centrado en
operaciones paramilitares contra el gobierno de Bashar al-Asad en
Siria, rechaza una yihad
transnacional contra Occidente y no participa
en el acciones armadas a nivel internacional,
muchos países lo han designado como una organización terrorista debido a sus
antiguos vínculos con al-Qaeda.
[6] Zona montañosa que domina el valle superior del río Jordán por el
oeste. La zona formaba parte del extremo suroeste de Siria hasta 1967, cuando quedó sometida a la ocupación
militar israelí y, en diciembre de 1981, Israel
se
anexionó unilateralmente la parte del
Golán que poseía.
[7] El PKK lucha por la independencia de Kurdistán y la autodeterminación de las minorías de las zonas de mayoría kurda siguiendo un modelo confederalista democrático, una ideología que enfatiza el autogobierno de las propias comunidades (democracia directa), el feminismo y el anticapitalismo. Es considerado como organización terrorista tanto por el Estado turco como por Estados Unidos y la Unión Europea, que incluyó al PKK en el listado de organizaciones terroristas a petición de Turquía en 2004. (Fuente: wikipedia)
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