miércoles, 25 de junio de 2025

El artículo que hoy presentamos, escrito en 2007, argumenta que el conflicto entre Israel e Irán, aunque envuelto en retórica ideológica, responde principalmente a intereses estratégicos. Esta tesis cobra nueva relevancia en el conflicto de junio de 2025, cuando ambos países se enfrentaron directamente tras años de tensiones latentes. A pesar del discurso religioso y nacionalista, las acciones militares —como los ataques israelíes a instalaciones nucleares iraníes y la respuesta de Teherán— reflejan una lucha por la supremacía regional y la disuasión estratégica, tal como anticipó el autor hace casi dos décadas.

BAJO EL VELO DE LA IDEOLOGÍA: 
LA RIVALIDAD ESTRATÉGICA ENTRE ISRAEL E IRÁN[1] 

Trita Parsi[2]

Trita Parsi

Cuando el presidente de Irán, el radical Mahmud Ahmadineyad, dijo en octubre de 2005 que Israel debería ser “borrado del mapa”, el mundo parecía estar a años luz del final de la historia.[3] Parecía que los ideólogos habían tomado una vez más las riendas del poder, reiniciando una batalla en la cual no puede haber posibilidad de diálogo o de una tregua negociada, sino tan sólo la victoria de una idea sobre la otra.

Incluso antes de que Ahmadineyad recuperara del basurero de la historia el dañino discurso antiisraelí del ayatollah Ruhollah Jomeini, las tensas relaciones entre Irán e Israel a menudo eran consideradas como uno de los últimos enfrentamientos ideológicos de la historia. Por un lado estaba Israel, descrito como una democracia en una región acosada por el autoritarismo, y como un puesto avanzado del racionalismo ilustrado en Oriente. Por otro lado estaba la República Islámica de Irán, descrita como un régimen clerical retrógrado cuyo rechazo hacia Occidente y deseo de hablar en nombre de todos los musulmanes quedaba simbolizado por su negativa a reconocer el derecho de Israel a existir.

Sin embargo, el enfrentamiento entre Israel e Irán es mucho más complejo de lo que esta interpretación de carácter ideológico pudiera dar a entender. Centrarse en exclusiva en las acusaciones mutuas entre los dos países ha impedido una comprensión más profunda de la naturaleza estratégica de este conflicto. Que el conflicto es estratégico lo prueba el hecho de que en el pasado existiese una cooperación entre Israel e Irán. Antes de la caída del sha, el punto de vista habitual en ambos países era que Irán e Israel, dos naciones no árabes rodeadas por un mar de “árabes hostiles por naturaleza”, eran aliados naturales. De hecho, a la vez que Irán e Israel se enfrentaban en común a la “amenaza árabe”, forjaron estrechos lazos secretos en el ámbito de la seguridad que sobrevivieron tras la revolución islámica de 1979. No sólo el sha comerció y cooperó con los israelíes, sino que Jomeini también puso de su parte en las relaciones con Israel.

Pero desde la caída del sha, y especialmente a partir de los años noventa, el discurso de condena mutua entre Irán e Israel ha impedido ver a la mayoría de los observadores el interés compartido por estas dos potencias no árabes de Oriente Medio: la necesidad acuciante de presentar un conflicto fundamentalmente estratégico como si se tratase de un enfrentamiento ideológico.

“La muerte llama a nuestra puerta”

Desde finales de 1992, Israel ha seguido una política que persigue el aislamiento internacional de Irán. Según un antiguo embajador israelí en Washington, los responsables políticos en Tel Aviv consideraban como una amenaza el posible acercamiento entre los EE.UU. e Irán, pues la mejora de las relaciones entre Washington y Teherán podría ir en detrimento del peso estratégico de Israel en la región.[4] Resulta irónico que el cambio de rumbo con respecto a Irán tuviera lugar durante el gobierno laborista encabezado por Yitzhak Rabin y Shimon Peres, dos líderes que sólo unos pocos años antes habían iniciado los intentos para mejorar las relaciones entre los EE.UU. y el Irán de Jomeini, lo cual culminaría con el escándalo Irán-Contra.[5]

El discurso incendiario empleado por Rabin y Peres no tenía precedentes. Peres, por entonces ministro de asuntos exteriores de Israel, acusó a Irán de “avivar las llamas en todo Oriente Medio”, insinuando que el fracaso a la hora de solucionar el conflicto entre Israel y Palestina se debía a la intromisión de Irán, y no a los errores de israelíes y palestinos.[6] En enero de 1993, el primer ministro Rabin dijo en el Knesset [Parlamento] que “el combate de Israel contra el sanguinario terrorismo islámico… tiene la intención de despertar al mundo de su letargo” con respecto a los peligros del fundamentalismo shií. “La muerte llama a nuestra puerta”, dijo Rabin refiriéndose a la amenaza iraní, aunque sólo cinco años antes había afirmado que Irán era un aliado estratégico.[7]

Los políticos israelíes comenzaron a pintar al régimen de Teherán como fanático e irracional. Decían que era obvio que buscar un acuerdo con esos “mullahs [clérigos] locos” era una tarea imposible. En lugar de eso, pidieron a los EE.UU. que, junto al Irak de Saddam Hussein, clasificara a Irán como un Estado delincuente al cual era necesario “contener”.

Inmune a la disuasión

En un principio, los dirigentes estadounidenses se mostraron escépticos en relación al cambio de opinión de Israel con respecto a Irán, aunque los israelíes ya expresaban el mismo argumento que hoy en día, es decir, que el programa de investigación nuclear iraní pronto permitiría a los clérigos con turbante acceder a la bomba atómica. Clyde Haberman, del New York Times, escribió en noviembre de 1992: “resulta sorprendente que los israelíes hayan esperado tanto tiempo para hacer sonar la alarma con respecto a Irán, a menos que simplemente se deba a que el potencial nuclear iraní ha crecido hasta un punto preocupante.” Haberman añade: “Durante años, Israel estuvo dispuesto a hacer negocios con Irán, a pesar de que los mullahs en Teherán pedían a gritos el final de la ‘entidad sionista.’”[8] Sin embargo, con el tiempo, el argumento de los “mullahs locos” terminó calando. Después de todo, los propios iraníes fueron de gran ayuda a la hora de vender ese argumento a Washington.

Desde la perspectiva israelí, era más fácil recibir el apoyo de los estados occidentales subrayando las supuestas tendencias suicidas de los clérigos y la aparente insistencia de Irán en la idea de destruir Israel. Mientras que los líderes iraníes fueran considerados como irracionales, tácticas convencionales como la disuasión se volverían imposibles, dejando a la comunidad internacional sin ninguna opción, salvo la tolerancia cero hacia el potencial nuclear iraní. Según este argumento, ¿cómo podría ser de fiar un país como Irán, con tecnología nuclear, si sus líderes son inmunes a la disuasión que representan las cabezas nucleares de Occidente, más grandes y numerosas?

La estrategia israelí consistía en asegurarse de que el mundo –y en especial Washington– no viera el conflicto entre Israel e Irán como un enfrentamiento entre dos rivales que pugnan por la preeminencia militar en una región caracterizada por su estado de desorden y carente de una jerarquía clara. En su lugar, Israel describió el conflicto como una pugna entre la única democracia en Oriente Medio y una teocracia intolerante que odia todo lo que Occidente representa. Planteado en esos términos, la lealtad de los estados occidentales a Israel ya no era una cuestión de elección o de interés político real.

Defendiendo un ideal de boquilla

Resulta irónico que Irán también prefiriera situar el conflicto en un marco ideológico. Cuando la revolución barrió Irán en 1979, los nuevos líderes islámicos renunciaron a la identidad nacionalista persa del régimen Pahlavi, pero no a su anhelo de conseguir el estatus de gran potencia para Irán. Mientras que el sha ambicionaba la soberanía sobre el Golfo Pérsico y algunas partes del Océano Índico, a la vez que esperaba convertir a Irán en el Japón de Asia Occidental, el gobierno de Jomeini deseaba la hegemonía en todo el mundo islámico. Los medios del sha para alcanzar su objetivo fueron un poderoso ejército y unos vínculos estratégicos con los Estados Unidos. El ayatollah, por su parte, se basó en su concepción del Islam y su ardor ideológico para superar la división entre árabes y persas, y debilitar a los gobiernos árabes que se oponían a las ambiciones de Irán.

A lo largo de los años ochenta, cuando los intereses estratégicos de Irán lo obligaron a cooperar con Israel para repeler la invasión del ejército iraquí, el gobierno de Jomeini buscaba ocultar sus relaciones con Israel elevando aún más los excesos retóricos contra este país. En 1981, por ejemplo, el ayatollah Jomeini introdujo durante ramadán el llamado “Día de al-Qods” (“Día de Jerusalén”), precisamente para defender de boquilla la causa palestina, a la vez que su régimen planeaba comprar armas al Estado al que denunciaba como “ocupante de Jerusalén”.

Cuanto más presionaban Yasser Arafat y el resto de líderes de la OLP al régimen iraní para que cumpliera sus promesas a los palestinos, más empleaba Jomeini el arma del lenguaje para ocultar el hecho de que Irán rechazara adoptar ninguna medida concreta contra Israel.

La luna de miel entre Irán y la OLP se deterioró desde un principio. Arafat y su séquito de cincuenta y ocho representantes de la OLP se presentaron sin invitación en Teherán, el 18 de febrero de 1979, sólo unos días después de la victoria de la revolución.[9] Aunque los revolucionarios se vieron sorprendidos, varios funcionarios iraníes recibieron a Arafat en el aeropuerto y ofrecieron a los palestinos los mejores alojamientos del antiguo Club del Gobierno, en la calle Fereshteh, al norte de Teherán.[10] Horas después de llegar, Arafat celebró un encuentro de dos horas con el ayatollah Jomeini. Para sorpresa de Arafat, Jomeini fue muy crítico con la OLP y sermoneó al líder palestino sobre la necesidad de abandonar las tendencias izquierdistas y nacionalistas para así llegar a las raíces islámicas de la cuestión palestina.[11] Los dos revolucionarios no se volvieron a reunir nunca más.

Arafat comprendió rápidamente que el Irán islámico sólo prestaría a los palestinos su apoyo verbal. La importante ayuda palestina a la oposición iraní contra el sha –sobre todo a grupos de izquierda como los Moyahedin-e Jalq– sencillamente no produciría el rendimiento esperado.[12] A pesar de su retórica antiisraelí, Jomeini, por ejemplo, rechazó una petición de enviar cazas de combate iraníes F-14 al Líbano, donde la OLP estaba combatiendo contra el ejército israelí, junto a los aliados sirios y libaneses, lo que indica una vez más que Irán no tenía la intención de jugar un papel activo al lado de los árabes y en contra Israel, más allá de sus condenas verbales al Estado judío.[13] Así pues, los iraníes mostraron poco interés en prestar un apoyo práctico a los palestinos, incluso antes de que Arafat y los estados árabes (excepto Siria y Libia) apoyaran con todas sus fuerzas a Saddam Hussein durante la guerra entre Irán e Irak.

Los diplomáticos estadounidenses en Irán tomaron nota de las tensas relaciones de Jomeini con la OLP. Un informe confidencial enviado a Washington en septiembre de 1979 desde la embajada de los EE.UU. en Teherán señalaba que “Irán apoya con entusiasmo y sin reservas la causa palestina”, pero que “se habla relativamente poco sobre la OLP como tal.”[14]

Mahmud Vaezi, un antiguo representante del Ministerio de Exteriores iraní, explicó que la política de Irán “era evitar verse atrapados en el conflicto palestino.” Añadió que las “obligaciones morales” de Irán eclipsaron las consideraciones de carácter estratégico durante los primeros años después de la revolución, evitando que la hostilidad de Irán hacia los árabes se tradujera en una alianza a gran escala con Israel.[15] Sin embargo, la ideología revolucionaria del régimen y su retórica incendiaria ocultaron con éxito su búsqueda de la realpolitik.

“Insulto al Islam”

Tras el final de la Guerra Fría y la derrota de Irak en la guerra del Golfo de 1991, se evaporaron las consideraciones estratégicas que habían situado a Irán e Israel en el mismo bando geopolítico. Muy pronto, en ausencia de enemigos comunes, Israel e Irán se encontraron en una situación de rivalidad estratégica con respecto a su capacidad para redefinir el orden regional tras la aniquilación del poder militar de Irak. No obstante, estaba claro que Irán no podía reunir a las masas árabes musulmanas apelando a sus propias ambiciones de poder. Una vez más, Irán recurrió a la ideología para ocultar sus verdaderas intenciones, mientras usaba la difícil situación del pueblo palestino para debilitar a los gobiernos árabes que estaban dispuestos a participar en el proceso de Oslo de los años noventa.

Por eso, los creadores de opinión iraníes tomaron la iniciativa de arremeter contra “el apetito insaciable de Israel por los territorios árabes”, su opresión contra los palestinos, su desprecio hacia las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y el “insulto al Islam” que supone la ocupación permanente de Jerusalén. De hecho, hasta hoy en día, el mensaje que Teherán predica es que su lucha contra Israel no tiene nada que ver con obtener ventajas geopolíticas, ni siquiera con el propio Irán, sino con la justicia hacia los palestinos y el honor del Islam.

Con el conflicto entre israelíes y palestinos expresado en esos términos, y temiendo una reacción en contra de sus propios ciudadanos, los gobernantes árabes prooccidentales se han mostrado cautelosos a la hora de menospreciar los objetivos anunciados por Teherán. A los ojos de muchos estados árabes, la contundencia del discurso iraní ha hecho que oponerse públicamente a Irán equivalga a aprobar la postura de Israel y los EE.UU. con respecto a la cuestión palestina. De hecho, declaraciones contra Irán como las del rey Abdallah de Jordania, advirtiendo de una “media luna shií” extendiéndose desde Irán, a través del Irak post-Saddam, hasta el Líbano, o las del presidente egipcio Husni Mubarak, denunciando la lealtad a Irán de los shiíes iraquíes, han tenido una pobre acogida entre la opinión pública árabe. Una de las razones por las cuales sucede esto es la reputación favorable a los palestinos que tiene Teherán.

Dos bandos en Teherán

El nuevo impulso dado por Ahmadineyad al discurso antiisraelí desde el año 2005 también debe analizarse en el contexto de un conflicto más amplio contra los EE.UU. y, en particular, en el ámbito de la crisis nuclear que está empujando el conflicto a su punto culminante. En noviembre de 2005 tuvo lugar en Teherán un intenso debate cuando el nuevo presidente recordó el llamamiento de Jomeini para  borrar del mapa a Israel. La reacción internacional tomó a Irán por sorpresa y enfureció a los negociadores nucleares, quienes argumentaron que un lenguaje semejante suponía socavar el delicado equilibrio con el cual buscaban evitar que el caso fuera puesto en manos del Consejo de Seguridad, a la vez que defendían el derecho de Irán a enriquecer uranio.

En realidad... es para uso doméstico y pacífico

El bando de Ahmadineyad afirmó con vehemencia que Irán debía extender el conflicto y convertir a Israel en una parte decisiva y visible del debate internacional.[16] Analizar el programa nuclear de Irán de manera aislada sólo beneficiaba a Occidente. Únicamente ampliando el alcance del debate, Irán podría encontrar las herramientas necesarias para defender su posición. El bando de Ahmadineyad afirmó que, como mínimo, se debería obligar a Israel a que pagara el coste por haber convertido el programa nuclear iraní en una cuestión tan preocupante a nivel internacional y por haber convencido a Washington para que adoptara una política en contra del enriquecimiento de uranio.

Mientras que los elementos menos radicales del gobierno iraní estaban de acuerdo en la necesidad de poner a Israel a la defensiva y extender el conflicto, diferían en gran medida con respecto a la mejor manera de alcanzar esos objetivos.

Según un alto funcionario iraní, el entorno de Ahmadineyad era partidario de cuestionar algunos asuntos que Israel parecía haber resuelto en las últimas dos décadas: la legitimidad de Israel y su derecho a existir, la realidad del Holocausto y el derecho de los judíos europeos a permanecer en el corazón de Oriente Medio. Este enfoque, argumentaban, sintonizaría con las masas de árabes descontentos y revelaría la impotencia de los regímenes árabes proamericanos, quienes se sentirían presionados y avergonzados a partes iguales.

Muchas voces moderadas en Teherán se opusieron con firmeza a este enfoque, debido a las probables dificultades que causaría a la diplomacia nuclear iraní. Preferían la táctica del antiguo presidente Mohammad Jatami de invocar el sufrimiento del pueblo palestino y la negativa de Israel a hacer concesiones territoriales, pero evitando asuntos candentes como el derecho de Israel a existir o el Holocausto. Ellos argumentaban que llevar el discurso a ese terreno podría ser contraproducente, poniendo en contra de Irán a países clave como Rusia y China. Aunque, para mayor frustración de Ahmadineyad, el régimen no alcanzara un consenso total, se tomó la decisión de no permitir que ningún funcionario iraní repitiera los insidiosos comentarios sobre el Holocausto. Esa decisión se mantuvo durante un par de meses, hasta que se hizo evidente que Occidente se olvidaba del asunto.

¡Basta ya, Vanunu! ¿No ves que estamos ocupados?

Buscando obtener ventaja 

Sin embargo, lo que brillaba por su ausencia en el debate interno en Teherán era el análisis de las motivaciones y los factores ideológicos que emplea Irán para justificar su actitud hacia Israel. Ni el honor del Islam ni el sufrimiento del pueblo palestino figuraban entre sus reflexiones.

Por el contrario, tanto los términos del debate como los resultados del mismo eran de naturaleza puramente estratégica. Ambos bandos pretendían dar a Irán la iniciativa en la confrontación contra los EE.UU. e Israel, para así evitar sufrir el destino de Irak, donde, desde 1991 hasta la invasión, Washington mantuvo en gran medida el firme control de los acontecimientos. Tanto Ahmadineyad como su principal rival, Ali Lariyani, asesor en el Consejo de Seguridad Nacional,[17] opinan que Irán no puede hacer progresos mostrándose condescendiente con el gobierno estadounidense. En su opinión, Irán cometió un error cuando aceptó detener el enriquecimiento de uranio durante dos años y medio, tras las negociaciones con los europeos. 

Tanto el bando de Ahmadineyad como el de Lariyani también están de acuerdo en que es mejor que Irán tome la iniciativa para mantener a sus adversarios a la defensiva. Irán debería obligar a Occidente a adoptar una posición defensiva en lugar de defenderse él mismo contra la interminable serie de iniciativas occidentales.

Ya resulten agradables o desagradables, eficaces o ineficaces, los pronunciamientos ideológicos de Ahmadineyad y de otras figuras del régimen iraní son un efecto, y no una causa, de la orientación estratégica de Irán. Asimismo, tampoco debe tomarse demasiado en serio al primer ministro Ehud Olmert cuando, durante su discurso del 24 de mayo de 2006 en el Congreso, describió a Irán como una “oscura tormenta que se aproxima y proyecta su sombra sobre el mundo”. Estas declaraciones tienen un parecido evidente con el planteamiento de Rabin y Peres en su última advertencia: “un Irán nuclear significa que un Estado terrorista podría llevar a cabo la misión para la cual los terroristas viven y mueren: la destrucción masiva de vidas humanas inocentes.” Sin embargo, por ahora, tanto Irán como Israel parecen haber estimado (no sabemos si acertada o erróneamente) que definir su enfrentamiento en términos ideológicos y apocalípticos les proporcionará una ventaja decisiva respecto a su contrincante en sus esfuerzos a la hora de definir en su propio beneficio el orden en Oriente Medio. Algo que, por otra parte, siempre hacen todos los que se enredan en luchas por la hegemonía. 

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Farhad Khosrokhavar / Oliver Roy, Irán. De la revolución a la reforma, Bellaterra, Barcelona, 2000.

Nur Masalha, Israel: teorías de la expansión territorial, Bellaterra, Barcelona, 2002.

Joss Dray / Denis Sieffert, La guerra israelí de la información, Oriente y Mediterráneo, Madrid, 2004.

Claire Tréan, Irán. Entre la amenaza nuclear y el sueño occidental, Península, Barcelona, 2006.

David Garrido, Irán. La amenaza nuclear, Arco Press, Barcelona, 2006.



[1] Traducción, extracto y adaptación del artículo “Under the Veil of Ideology: The Israeli-Iranian Strategic Rivalry”, publicado en MERIB (Middle East Research and Information Project) el 6 de octubre de 2007. Primera publicación en castellano en la revista Alif-Nûn nº 79, febrero de 2010. (Nota de la Redacción).

[2] Fundador y presidente del National Iranian American Council y experto en las relaciones entre los EE.UU e Irán, la política iraní y el equilibrio de poder en Oriente Medio. Es autor de los libros Treacherous Alliance: The Secret Dealings of Iran, Israel and the United States (2007) y A Single Roll of the Dice: Obama's Diplomacy with Iran (2012), ambos publicados por la Universidad de Yale. Nacido en Irán, es hijo de un activista encarcelado tanto por el régimen del sha como por la República Islámica. Ha residido en Suecia y en los EE.UU, estudiando Relaciones Internacionales en la Universidad John Hopkins y en la Universidad de Uppsala, y economía en la Universidad de Estocolmo. (Nota de la Redacción). 

[3] Referencia a la tesis de Francis Fukuyama conocida como el “final de la Historia”, según la cual la historia humana como lucha entre ideologías habría concluido, iniciándose un mundo basado en la política y la economía neoliberales, las cuales se habrían impuesto tras el fin de la Guerra Fría. (Nota de la Redacción).

[4] Entrevista con Itamar Rabinovich, Tel Aviv, 17 de octubre de 2004.

[5] El escándalo Irán-Contra, también conocido como Irangate, es un acontecimiento político ocurrido entre 1985 y 1986, cuando el gobierno de los EE.UU, bajo la administración del presidente Ronald Reagan, vendió armas al gobierno iraní, el cual se encontraba inmerso en la guerra contra Irak, y empleó el dinero de esta venta para financiar a la llamada “Contra” nicaragüense, creada y apoyada por los EE.UU para combatir mediante la lucha armada al gobierno sandinista de Nicaragua, durante el periodo conocido como “Revolución Sandinista”. Ambas operaciones, la venta de armas a Irán y la financiación de la Contra, estaban prohibidas por el Senado norteamericano. (Nota de la Redacción).

[6] Shimon Peres, The New Middle East, Henry Holt, Nueva York, 1993, p. 43.

[7] Washington Post, 13 de marzo de 1993.

[8] New York Times, 8 de noviembre de 1992.

[9] Nader Entessar, “Israel and Iran’s National Security”, Journal of South Asian and Middle Eastern Studies 27/4, verano de 2004, p. 5.

[10] Entrevista con Abbas Maleki, antiguo representante del ministro de exteriores iraní, Teherán, 1 de agosto de 2004.

[11] Entrevista telefónica con Nader Entessar, 25 de enero de 2005. Ibrahim Yazdi, ministro de exteriores en Irán durante el primer gobierno revolucionario, informó al personal de la embajada estadounidense de que Jomeini había hecho un llamamiento a la OLP para que ésta adoptara una orientación islámica y copiara el método de la revolución no violenta empleado en Irán. Los iraníes argumentaron que una orientación islámica aumentaría las posibilidades de una victoria palestina e incapacitaría a los elementos marxistas y radicales de entre los palestinos. Información de Bruce Laingen al Departamento de Estado, octubre de 1979. Disponible a través del Archivo de Seguridad Nacional (National Security Archive).

[12] Behrouz Souresrafil, Khomeini and Israel, Researchers, Inc., Londres, 1988, p. 46.

[13] Información de la embajada estadounidense en Teherán al Departamento de Estado, a finales de septiembre de 1979. Disponible a través del Archivo de Seguridad Nacional (National Security Archive).

[14] Información de la embajada estadounidense en Teherán al Departamento de Estado, 30 de septiembre de 1979. Disponible a través del Archivo de Seguridad Nacional (National Security Archive).

[15] Entrevista con Mahmud Vaezi, Teherán, 16 de agosto de 2004.

[16] Israel es el único país poseedor de armas nucleares que no lo ha reconocido públicamente. No obstante, a finales de los años noventa, los servicios de inteligencia estadounidenses calculaban que Israel disponía de entre 75 y 130 armas nucleares para su aviación y sus misiles Jericó-1 y Jericó-2, instalados en tierra. Actualmente se cree que tiene entre 100 y 200 cabezas nucleares desplegadas y operativas, aunque algunas fuentes elevan la cifra a 400. Israel podría disponer de al menos 12 misiles de crucero de alcance intermedio con cabeza nuclear, instalados en uno de sus submarinos Dolphin, de fabricación alemana. Para más información, véase el artículo de wikipedia “Programa nuclear de Israel”. Hasta tal punto el Estado de Israel considera la posesión de armas nucleares como un asunto de seguridad nacional, que el Dr. Mordejái Vanunu, antiguo técnico nuclear israelí que divulgó esta información, fue secuestrado por el servicio de inteligencia israelí cuando se encontraba fuera de Israel, juzgado en secreto y sentenciado a 18 años de cárcel. Para más información, véase el artículo de wikipedia “Armas nucleares de Israel” (Nota de la Redacción).

[17] El Consejo Supremo de Seguridad Nacional es un órgano del sistema político de Irán cuya principal función es preservar los principios de la revolución islámica y asegurar la integridad y soberanía nacional iraní, conforme a lo establecido en el artículo 176 de la Constitución. El Consejo funciona como órgano de asesoramiento del Líder Supremo, máxima autoridad política y religiosa del Estado. (Nota de la Redacción).


El artículo que hoy presentamos, escrito en 2007, argumenta que el conflicto entre Israel e Irán, aunque envuelto en retórica ideológica, re...